Bueno, mi erección no fue tan poderosa y rosácea como la de Ricky pero se alzó orgullosa, de todo modos. Y la verdad es que según se desperezaba aquello apuntaba al cielo con firmeza, con los diez minutos iniciales más memorables que me he echado a la retina en los últimos meses, que presentan al asesino a sueldo que protagoniza el relato a base de diálogos incisivos y cortantes, fantásticas elipsis, una eficacia, una sutileza y una economía narrativa tremendas y un tema central, extremadamente deudor de la archiconocida partitura de El Tercer Hombre, que acompaña a la acción en todo momento. Uno se dice, madre mía, lo que se me avecina. Pero por desgracia acaba por no ser para tanto y la película no mantiene ese nivel a partir de entonces. Pese a todo es un disfrute. Ese aroma añejo e inconfundible, oh, ese aroma, del cine negro de toda la vida la inunda de cabo a rabo. Se beneficia de una atmósfera que la hace especial y de un guión bastante original, dentro de los parámetros del género, que a pesar de todo acaba por no serlo tanto y es agarrado de la cabellera en momentos puntuales más de lo deseable, pero el tal Irving Lerner, que vio su carrera pasar entre la serie B y la televisión, hace un buen trabajo tras la cámara. Pero la serie B es lo suyo, no cabe duda. La película trae a la memoria joyas también consideradas de serie B como Blast Of Silence o Detour, pero no atesora la calidad y la negrura de la primera y no le llega a la suela de los talones a la segunda. Pese a todo, cualquier amante del género tiene asegurado aquí, ya digo, una erección respetable.