Polvareda y gorda levantaban los caballos por "El camino de Sagebrush" cuando iban y venían desde la ciudad a la mina abandonada donde tenía su guarida la partida de ladrones, lo mismo para comprar una docena de huevos en la tienda de la bonita Sally Blake (Shubert) que para tomar un trago en el saloon de Pit el Ciego, donde, curiosamente, luce un cartel con una señora con los pechos al aire, aunque no parece que para deleitar los ojos de su dueño.
Problema y gordo se le plantea a John Brant (un jovencísimo Wayne), fugado de la cárcel donde cumple condena por un asesinato que no ha cometido, cuando se entera que el autor de esa muerte es su nuevo amigo que lo acaba de salvar de las autoridades que lo persiguen y que lo mete como cocinero en su banda de ladrones.
Lo demás es una película típica de los inicios del cine sonoro donde todavía el director no cierra los créditos de la presentación, o frases innecesarias cuentan lo que estamos viendo. El guión muestra una trama sencilla con planteamientos y diálogos rudimentarios, como cuando la lista de Sally ofrece el linimento para el reuma al anciano diciéndole "He visto como cojeaba".
Pero, por otra parte, este tipo de cintas nos permite conocer un tipo distinto de cine al que estamos acostumbrados a ver, hecho a medida del espectador de aquella época más crédulo y menos sofisticado que el actual. También apreciar la valentía y la agilidad de aquellos magníficos jinetes, verdaderos malabaristas capaces de montar, descabalgar o encaramarse a un árbol de un salto, ejecutar veloces carreras en grupo, descender con su montura por pendientes pronunciadas o subirse a pulso a una diligencia en marcha desde el suelo.
Bonita e interesante película que, además, tiene el premio de ver en acción a uno de los mayores mitos del western de todos los tiempos. Y es que de aquellos polvos vendrían estos otros lodos.