Aún inédita comercialmente en España (pero proyectada en el magnífico festival de cine fantástico y de terror de Bilbao, el Fant 2011), “Griff the invisible” reclama su lugar en un curso cinematográfico plagado de superhéroes anómalos (a la adictiva y vibrante “Kick-Ass” se le sumó la más atrevida y transgresora “Scott Pilgrim contra el resto del mundo”) que, si bien no conquistaron la taquilla, contaron por lo menos con la enorme simpatía de la comunidad cinéfila (convirtiéndose en potenciales cintas de culto, sobre todo la segunda) y atrajeron la atención de la emergente sensibilidad nerd. Con estos precedentes, uno puede caer en la tentación de asistir receloso o escéptico al encuentro de este “Griff” austaliano: ¿más de lo mismo (y difícilmente superable)? No hay motivos para tales suspicacias: el realizador Leon Ford se preocupa por dejar claro, al poco de comenzar la cinta, que esto es algo diferente, una propuesta alternativa que no renuncia a conjugar las mejores aportaciones de sus referentes más cercanos (las gotas de humor socarrón, la emotividad bien dosificada y sincera, cierta osadía argumental) pero que reivindica, al mismo tiempo, su propia identidad.
De este modo, Ford relega a un segundo plano la temática fantástica (aunque las escasas escenas de acción estén admirablemente ejecutadas, con elegancia y agilidad) para convertirla, eso sí, en elemento integrante de una historia mucho más ambiciosa. “Gliff the invisible” es un poderoso drama encubierto que aborda una cuestión de gran interés social y humano: la indiferencia o el desprecio con que la sociedad observa a esos seres singulares, con sensibilidades extrañas o marginales, que acaban siendo “invisibles” a ojos de los “apóstoles de la normalidad”, condenados frecuentemente a la soledad, la incomprensión y el sufrimiento. Ford retrata a sus “criaturas invisibles” con ternura y amor, ayudado por dos espléndidos intérpretes (Maeve Dermody y Ryan Kwanten) que encarnan, respectivamente, a Griff, el apocado joven con poderes víctima del acoso psicológico (el “bullying” o “mobbing” en este caso) de un compañero de trabajo y al nuevo “ligue” del hermano de Griff, una muchacha con extraña afinidad por los juegos metalingüísticos, la posibilidad de atravesar paredes y la existencia de dimensiones múltiples de la realidad.
Hay amargura y dolor en este hermoso relato, pero también un romanticismo conmovedor y un inteligente manejo de los resortes emocionales. Ford pone la magia del cine al servicio de una potente reivindicación de la fantasía como actitud vital y de la ficción como legítima válvula de escape a la sufriente realidad, a la vez que denuncia la normalidad como impostura. Un canto a la tolerancia hacia el diferente que deviene en una poética celebración de la vida en su más libres y desprejuiciada expresión.