Pero Occidente se nos muestra desde un punto de vista diferente, completamente nuevo: ya no se trata tanto de la Tierra Prometida como de un punto de referencia que desgarra lentamente tanto el presente como el futuro de la sociedad rumana; creo que ahí radica su originalidad, porque Mungiu no quiere mostrar los sueños y esperanzas depositados en aquella región del mundo que parece eternamente distanciada de la realidad rumana, sino los efectos permanentes de su atracción fatal sobre los que se quedan o luchan por quedarse. El resultado no podría ser más desolador: el que se marcha deja en su lugar un completo vacío que no puede ser llenado de ningún modo, en tanto que se trata del lugar ocupado por un ser humano único, irrepetible. Así Luci va a ver cómo de la noche a la mañana todo su mundo se viene abajo, antes que a él le ocurrió a otros como la tía Leana, quien ya se ha resignado hace mucho tiempo a la pérdida de su hijo, que huyó a Alemania en 1989. Aquí se nos muestran las dos oleadas de emigración sufridas por el país: la de los años 80, durante la última década del régimen de Ceaucescu y la de la primera década de este nuevo siglo, que comenzaba más o menos al tiempo que Mungiu grababa su película y afectaría a Sorina (interpretada por la bella Anca-Ioana Androne).

También hay lugar para el hipócrita paternalismo de Bruselas reflejado en el delegado europeo de nacionalidad holandesa cuya misión es asistir a las autoridades rumanas en materias de educación y seguridad para acercarlas a los estándares europeos. Es la eterna paradoja de esa constante mirada de Rumanía hacia el lugar donde se pone el Sol, dando la impresión de que hasta éste trata de escapar de allí para alumbrar el brillante futuro de esa Europa a la que los rumanos dicen pertenecer pero en la que, por unas circunstancias u otras, nunca acaban de encontrar su sitio (la maldición de la que hablara Cioran se nos presenta una vez más). Mientras el delegado europeo llega al país balcánico muchos están preparando su marcha de allí, ¿puede haber algo más sintomático del desaliento y escepticismo que gobierna las almas de los que viven entre las estribaciones de los Cárpatos y las costas del mar Negro?

Desde un punto de vista tragicómico (si bien no veo nada que pueda hacer gracia en una película que muestra auténticos dramas humanos), tan propiamente balcánico, se nos muestra el mal que aqueja a la sociedad rumana: una constante e imparable descomposición en cuyas causas y efectos han tratado de ahondar todos los cineastas rumanos de la última década con más o menos éxito. Para cerrar basta con la frase del coronel, el padre de Mihaela: "¿Qué ocurre con Rumanía?" Durante generaciones intelectuales rumanos de variado origen y condición han tratado de responder a esta pregunta y por el momento no han hecho otra cosa que hurgar en una herida que nunca deja de supurar.