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Voto de Jordirozsa:
7
5,4
5.962
Terror. Thriller
Anna Rydell (Emily Browning) regresa a casa junto a su hermana -y mejor amiga- Alex (Arielle Kebbel), tras su estancia en un hospital mental. Pero su recuperación se pondrá en peligro por culpa de su cruel madrastra, de su padre ausente y de la presencia de un fantasma que habita en la casa... Remake americano de la película surcoreana "Janghwa, hongryeon", dirigida por Ji-woon Kim en 2003 y estrenada posteriormente en España bajo el ... [+]
10 de julio de 2021
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo empezar con el cartel en el que vemos tras una ventana asomarse algo como E.T. el Extraterrestre, y la mala traducción del título “The Uninvited” (“Presencias Extrañas”), que en esto los de la marca “spain” somos unos campeones (la traducción literal del inglés sería “La/el/los/las no invitado/a/as/os”, y si del inglés pasamos al francés, “les indésirables”, de ahí al castellano nos sale “lo no deseado”), ya seguro que las expectivas de los del susto palomitero y de los amantes de las criaturas ultramundanas, se ven defraudadas, porque lo que los hermanos Charles y Thomas Guard nos montan es un “thriller” o pieza de cine negro (o “neo-noir”, como dirían los académicos).
A parte de las apariciones de estampa mística del espíritu de la madre difunta de la protagonista, que no cumplen otra función que la decorativa o de realce dramático, no podemos hablar de una película de terror en su estricto sentido (en eso la podríamos comparar a la que Harrison Ford protagoniza en “Lo que la Verdad Esconde” (2000).
En lo que a género o familia de películas podríamos asemejarla, para así tener orientados y satisfechos a los amantes de las etiquetas, es a las películas de los años cuarenta, que hallaron una mina en el psicoanálisis y los argumentos basados en el desquiciamiento de sus personajes (léase “The Red House” (1947), de Delmer Daves; “Doble Vida” (1948), de George Cuckor; “Secret Beyond The Door” (1947), de Fritz Lang; “Recuerda”(1945), de Alfred Hitchcock, “The Strange Love of Martha Ivers” (1946), de Lewis Millestone…). Quítenle el color (o la saturación, como se diría técnicamente) a la imagen, que se quede en blanco y negro, y tenemos ahí a una de esas producciones de los grandes de los 40.
A parte de un homenaje a estas producciones y sus directores, se puede apreciar un recurso narrativo sobre el que basar y construir el hilo de esta cinta, técnicamente correcta, poéticamente atractiva, y formalmente con algunas deficiencillas.
Por más vueltas que le doy, no atino a adivinar cuál es el criterio, y qué institución o autoridad tiene la jurisdicción para darle a “The Uninvited”, el sello de “remake” de “Dos Hermanas”, a la que llaman la “original”, y de elaboración “chinoski” (japonesa, coreana, vietnamita, china… da lo mismo). No la he visto, y no sé si la veré, pero el caso es que reducir “Presencias Extrañas” a un simple remake, da para alguna que otra discrepancia; si és sólo porque lo soltó uno o varios de esos críticos del un periódico jurásico de los USA, y quien lo lee, repite como loro o cotorra amaestrada, sin más, “ah, pues es cierto, es un “remaque”… no había caído en la cuenta…”, sólo por apuntarse a la iluminada idea de turno, mal vamos.
“The Uninvited” es una amalgama de referencias que podemos identificar en el plano de la narrativa, del argumento, el guion… hasta en la banda sonora. En todos hay rastros evidentes de guiños a clásicos, tanto del terror (que, repetimos, esta película no puede ser clasificada como tal), como del thriller, el drama… hasta el telefilme de sobremesa. Y es que la película contiene varias características que encajan con este formato; una de ellas, varios de los elementos del set: la posición acomodada en la que aparentemente viven los protagonistas (una mansión con su embarcadero y su casa aneja, los coches,…) los vestuarios, el maquillaque de spot publicitario que gastan los actores, así como la base de “cuento de Blancanieves”, sobre la que se puede antojar la historia.
El argumento de intriga y misterio hace de “The Uninvited” una cinta que sería perfectamente programable para un viernes o un sábado después de cenar, cuando los muñacos ya están sobando, o incluso una segunda sesión de domingo por la tarde de Antena3.
Aunque toda esta glamurosa ambientación pueda resutar recargada y un tanto empalagosa, en un año 2009 en el que se realiza la película, en plena crisis económica, pasar 90 minutos visionándola, permite al espectador de esa clase social media, ya sea desde la butaca del cine, o apoltronados en el sofá, evadirse de las penalidades económicas y fantasear un poco sobre la vivienda y la familia (en este caso no tanto), ideales.
La banda sonora de Christopher Young, sin ser un exponente de las obras maestras del género a las que se referencia en este filme, cumple con su cometido, aportando el aura necesaria que envuelve el desarrollo de toda la historia. Una música sinfónica, que las veces peca de demasiado cómplice de la deriva al susto o sobresalto en las escenas en las que se aparece el fantasma de la madre de Anna, pero que contribuye a crear la atmósfera elegante e intrigante de todo el rodaje. De hecho, el efecto de los espantos en determinados momentos que se quiere introducir un clímax de terror, se debe más a los efectos de la partitura, que a la apariencia de espantapájaros del espectro vengador.
La composición de Young se acopla con maestría al ritmo narrativo, y ya sólo con los primeros compases de cada track o secuencia da pistas para predisponernos emocionalmente ante lo que sucederá. Jamás estorbante, acentúa la intuición anticipativa del espectador.
El tema principal, como una especie de valse o canción infanto-juvenil del principio, que oiremos retomar con los títulos de crédito finales, y en algún momento central, es de una especial belleza evocadora de los de la saga original de Poltergeist (1982), o de Rosemary’s Baby (“La Semilla del Diablo”) (1968).
No podemos cantar excelencias del trabajo de los actores, ni por su caracterización, ni por su labor interpretativa. Exceptuando el efímero papel de Dean Paul Gibson como Dr. Silberling, los roles masculinos de Jesse Moss (Matt) y de David Strathairn (Steven, padre de Anna), no consiguen pasar el nivel de pedazos de alcornoque, que su condición de secundarios no justifica. A ello contribuye la bastante mala calidad de unos diálogos, que es imperdonable que hayan descuidado, haciendo zozobrar todo el conjunto de la obra.
A parte de las apariciones de estampa mística del espíritu de la madre difunta de la protagonista, que no cumplen otra función que la decorativa o de realce dramático, no podemos hablar de una película de terror en su estricto sentido (en eso la podríamos comparar a la que Harrison Ford protagoniza en “Lo que la Verdad Esconde” (2000).
En lo que a género o familia de películas podríamos asemejarla, para así tener orientados y satisfechos a los amantes de las etiquetas, es a las películas de los años cuarenta, que hallaron una mina en el psicoanálisis y los argumentos basados en el desquiciamiento de sus personajes (léase “The Red House” (1947), de Delmer Daves; “Doble Vida” (1948), de George Cuckor; “Secret Beyond The Door” (1947), de Fritz Lang; “Recuerda”(1945), de Alfred Hitchcock, “The Strange Love of Martha Ivers” (1946), de Lewis Millestone…). Quítenle el color (o la saturación, como se diría técnicamente) a la imagen, que se quede en blanco y negro, y tenemos ahí a una de esas producciones de los grandes de los 40.
A parte de un homenaje a estas producciones y sus directores, se puede apreciar un recurso narrativo sobre el que basar y construir el hilo de esta cinta, técnicamente correcta, poéticamente atractiva, y formalmente con algunas deficiencillas.
Por más vueltas que le doy, no atino a adivinar cuál es el criterio, y qué institución o autoridad tiene la jurisdicción para darle a “The Uninvited”, el sello de “remake” de “Dos Hermanas”, a la que llaman la “original”, y de elaboración “chinoski” (japonesa, coreana, vietnamita, china… da lo mismo). No la he visto, y no sé si la veré, pero el caso es que reducir “Presencias Extrañas” a un simple remake, da para alguna que otra discrepancia; si és sólo porque lo soltó uno o varios de esos críticos del un periódico jurásico de los USA, y quien lo lee, repite como loro o cotorra amaestrada, sin más, “ah, pues es cierto, es un “remaque”… no había caído en la cuenta…”, sólo por apuntarse a la iluminada idea de turno, mal vamos.
“The Uninvited” es una amalgama de referencias que podemos identificar en el plano de la narrativa, del argumento, el guion… hasta en la banda sonora. En todos hay rastros evidentes de guiños a clásicos, tanto del terror (que, repetimos, esta película no puede ser clasificada como tal), como del thriller, el drama… hasta el telefilme de sobremesa. Y es que la película contiene varias características que encajan con este formato; una de ellas, varios de los elementos del set: la posición acomodada en la que aparentemente viven los protagonistas (una mansión con su embarcadero y su casa aneja, los coches,…) los vestuarios, el maquillaque de spot publicitario que gastan los actores, así como la base de “cuento de Blancanieves”, sobre la que se puede antojar la historia.
El argumento de intriga y misterio hace de “The Uninvited” una cinta que sería perfectamente programable para un viernes o un sábado después de cenar, cuando los muñacos ya están sobando, o incluso una segunda sesión de domingo por la tarde de Antena3.
Aunque toda esta glamurosa ambientación pueda resutar recargada y un tanto empalagosa, en un año 2009 en el que se realiza la película, en plena crisis económica, pasar 90 minutos visionándola, permite al espectador de esa clase social media, ya sea desde la butaca del cine, o apoltronados en el sofá, evadirse de las penalidades económicas y fantasear un poco sobre la vivienda y la familia (en este caso no tanto), ideales.
La banda sonora de Christopher Young, sin ser un exponente de las obras maestras del género a las que se referencia en este filme, cumple con su cometido, aportando el aura necesaria que envuelve el desarrollo de toda la historia. Una música sinfónica, que las veces peca de demasiado cómplice de la deriva al susto o sobresalto en las escenas en las que se aparece el fantasma de la madre de Anna, pero que contribuye a crear la atmósfera elegante e intrigante de todo el rodaje. De hecho, el efecto de los espantos en determinados momentos que se quiere introducir un clímax de terror, se debe más a los efectos de la partitura, que a la apariencia de espantapájaros del espectro vengador.
La composición de Young se acopla con maestría al ritmo narrativo, y ya sólo con los primeros compases de cada track o secuencia da pistas para predisponernos emocionalmente ante lo que sucederá. Jamás estorbante, acentúa la intuición anticipativa del espectador.
El tema principal, como una especie de valse o canción infanto-juvenil del principio, que oiremos retomar con los títulos de crédito finales, y en algún momento central, es de una especial belleza evocadora de los de la saga original de Poltergeist (1982), o de Rosemary’s Baby (“La Semilla del Diablo”) (1968).
No podemos cantar excelencias del trabajo de los actores, ni por su caracterización, ni por su labor interpretativa. Exceptuando el efímero papel de Dean Paul Gibson como Dr. Silberling, los roles masculinos de Jesse Moss (Matt) y de David Strathairn (Steven, padre de Anna), no consiguen pasar el nivel de pedazos de alcornoque, que su condición de secundarios no justifica. A ello contribuye la bastante mala calidad de unos diálogos, que es imperdonable que hayan descuidado, haciendo zozobrar todo el conjunto de la obra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Emily Browning (Anna), la ya veteranilla Elisabeth Banks (Rachel, la madrastra), y Arielle Kebbel (Alex), la hermana de Emily, forman la tríada estelar del reparto, y las que llevan el peso de un elenco de interpretaciones irregular según el personaje, y algo flojo en general.
En el caso de Strathaim, su carácter muermo queda algo camuflado, al suponerse que se trata de una persona que ha perdido a su familia: a su esposa de enfermedad, a su hija mayor en un accidente doméstico, y a la pequeña majara perdida en un sanatorio mental después de intentar cortarse las venas. No es el caso de Matt, que el pobre, a la postre de tener una inteligencia emocional inversamente proporcional a su atractivo físico, desaparece de la escena, ahogado en el mar, antes de revelarle a Anna lo único importante que el guión le hubiese podido permitir desvelar (pero era demasiado pronto, a medio metraje).
No por ello se puede decir que Banks, Browning y Kebbel (ésta de un modo más secundario, pero que salva su personaje propio y el de Anna), estén espléndidas. Lo que habría podido ser una soberbia intervención, se desvanece con la sobreactuada histeria en la cena de invitados, en la que Anna le hace caer el asado al suelo, y se jiba el banquete. Así como la postiza puesta en escena de su intento de sedar a Anna, para calmarla, en lo que ante nuestros ojos quiere hacerle parecer la mala. Con lo que su bien construída figura del inicio, se hace añicos (suerte que acaba muerta en el contenedor de basuras, con lo que ya no cabe que vaya a menos).
Personificada y pintarrajeada como la Bacall en El Exorcista (1973), antes de quedar requeteposesa por el demonio (para ello se guardan el make up para el monigote del fantasma), Emily Browning es salvada no por su buen hacer, sinó por todo lo que aportan los demás personajes, la cámara y la narrativa musical, que potencian todo lo que se quiere que percibamos de su alterado mundo interior, que al final se revela como la clave de todos los misterios: es ella, la que sin superar el trauma, mata a Rachel (bién empleado le está a la sujeta, ya que no deja de ser alguien realmente interesado, y causante de lo que sucedió); y como la memoria le hace descubrir cuando se da cuenta de que su hermana no es más que un espectro; que ella, accidentalmente fue la que provocó la explosión que acaba con la vida de Alex y de su madre, en su intento de incendiar la casa cuando pilla a su padre liado con la cuidadora (Rachel).
Con este factor sorpresa, el guión cierra su bién configurada estructura, sin que podamos reprocharle poca originalidad por usar un recurso que pusieron de moda, por ejemplo, Shyamalan con El Sexto Sentido (1999), o Amenábar con Los Otros (2001), que consiste simple y básicamente en cambiar la perspectiva subjetiva, y que en cualquier relato de misterio se da cuando se descubre la identidad del ladrón, el asesino, o lo que sea el causante de los males de los protagonistas. En el caso de “The Uninvited”, las pistas están más que cantadas, y no se necesitaría a Hércules Poirot, Scherlock Holmes, Colombo o Jessica Fletcher para resolver la trama. Sin embargo, obedeciendo a les leyes de la atención y la percepción, que nos hacen centrar en la “malvada” Rachel, nos la cuelan de lleno, y con ello logran el efectismo de la sorpresa final. Ni siquiera en ese momento, la Browning consigue ser creíble y hacer un auténtico número dramático sin miedo a pasarse de histriónica. Más bién al contrario, se queda con cara de pánfila, como diciendo sin más: “ah, si fui yo… perdón, no lo sabía”.
Una pregunta curiosa que me hice en acabar de ver el filme: ¿cuál de las cuatro se supone que es la intrusa? El fantasma de la madre? ¿Rachel, la madrastra que enciende la mecha de todo chingándose al marido de la enferma a la que cuidaba? ¿Alex, que al final resulta ser otro ente en las alucinaciones psicóticas de Anna? ¿O ésta, que regresa del sanatorio para ponerlo todo patas arriba?
En el caso de Strathaim, su carácter muermo queda algo camuflado, al suponerse que se trata de una persona que ha perdido a su familia: a su esposa de enfermedad, a su hija mayor en un accidente doméstico, y a la pequeña majara perdida en un sanatorio mental después de intentar cortarse las venas. No es el caso de Matt, que el pobre, a la postre de tener una inteligencia emocional inversamente proporcional a su atractivo físico, desaparece de la escena, ahogado en el mar, antes de revelarle a Anna lo único importante que el guión le hubiese podido permitir desvelar (pero era demasiado pronto, a medio metraje).
No por ello se puede decir que Banks, Browning y Kebbel (ésta de un modo más secundario, pero que salva su personaje propio y el de Anna), estén espléndidas. Lo que habría podido ser una soberbia intervención, se desvanece con la sobreactuada histeria en la cena de invitados, en la que Anna le hace caer el asado al suelo, y se jiba el banquete. Así como la postiza puesta en escena de su intento de sedar a Anna, para calmarla, en lo que ante nuestros ojos quiere hacerle parecer la mala. Con lo que su bien construída figura del inicio, se hace añicos (suerte que acaba muerta en el contenedor de basuras, con lo que ya no cabe que vaya a menos).
Personificada y pintarrajeada como la Bacall en El Exorcista (1973), antes de quedar requeteposesa por el demonio (para ello se guardan el make up para el monigote del fantasma), Emily Browning es salvada no por su buen hacer, sinó por todo lo que aportan los demás personajes, la cámara y la narrativa musical, que potencian todo lo que se quiere que percibamos de su alterado mundo interior, que al final se revela como la clave de todos los misterios: es ella, la que sin superar el trauma, mata a Rachel (bién empleado le está a la sujeta, ya que no deja de ser alguien realmente interesado, y causante de lo que sucedió); y como la memoria le hace descubrir cuando se da cuenta de que su hermana no es más que un espectro; que ella, accidentalmente fue la que provocó la explosión que acaba con la vida de Alex y de su madre, en su intento de incendiar la casa cuando pilla a su padre liado con la cuidadora (Rachel).
Con este factor sorpresa, el guión cierra su bién configurada estructura, sin que podamos reprocharle poca originalidad por usar un recurso que pusieron de moda, por ejemplo, Shyamalan con El Sexto Sentido (1999), o Amenábar con Los Otros (2001), que consiste simple y básicamente en cambiar la perspectiva subjetiva, y que en cualquier relato de misterio se da cuando se descubre la identidad del ladrón, el asesino, o lo que sea el causante de los males de los protagonistas. En el caso de “The Uninvited”, las pistas están más que cantadas, y no se necesitaría a Hércules Poirot, Scherlock Holmes, Colombo o Jessica Fletcher para resolver la trama. Sin embargo, obedeciendo a les leyes de la atención y la percepción, que nos hacen centrar en la “malvada” Rachel, nos la cuelan de lleno, y con ello logran el efectismo de la sorpresa final. Ni siquiera en ese momento, la Browning consigue ser creíble y hacer un auténtico número dramático sin miedo a pasarse de histriónica. Más bién al contrario, se queda con cara de pánfila, como diciendo sin más: “ah, si fui yo… perdón, no lo sabía”.
Una pregunta curiosa que me hice en acabar de ver el filme: ¿cuál de las cuatro se supone que es la intrusa? El fantasma de la madre? ¿Rachel, la madrastra que enciende la mecha de todo chingándose al marido de la enferma a la que cuidaba? ¿Alex, que al final resulta ser otro ente en las alucinaciones psicóticas de Anna? ¿O ésta, que regresa del sanatorio para ponerlo todo patas arriba?