Hay una generación de actrices que fueron famosas en los años ochenta y noventa que han ido creciendo y que ya no pueden ser las protagonistas en plan heroína de las películas a las que nos tenían acostumbrados.

Son actrices cuarentonas –o más- que aún estando de buen ver (la cirugía hace milagros) necesitan otro tipo de guiones para poder brillar.

Por eso a lo largo de esta década se ha ido creando un nuevo subgénero de intriga romántico con gotitas de terror donde habitualmente la mujer en cuestión es ejecutiva, separada, sensible y que busca huir de su realidad cotidiana –hay una tragedia de por medio- en algún lugar apartado con bonitos paisajes y música étnica.

De este tipo hay muchas por citar algunas, Michelle Pfeiffer en “Lo que la verdad esconde”, Kim Basinguer en “Soñé con África”, Andie MacDowell en “La última señal” o la que comento en esta ocasión “En la tiniebla” con Demi Moore. Incluso “El orfanato” con Belén Rueda, sigue esos parámetros.

Estamos ante un producto con algo más de clase –factura británica- de lo que nos tiene acostumbrado un casposo e infantiloide cine de suspense y terror. Al menos la puesta en escena y todo el embalaje está bastante cuidado con lo que su visionado se hace relativamente satisfactorio. Hasta que el guión pretende ofrecer el tan perseguido golpe de efecto, algo que obsesiona constantemente a todos los guionistas, lo que llamo el efecto Shyamalan, la sorpresa. El problema es que no todos tienen la calidad para poder encontrarla sin que sea a veces sonrojante, y aquí lo es en varias ocasiones.

Demi Moore está sólo correcta, demasiado toqueteo del pelo y ensimismamiento con su rostro, pero hay que reconocer que es muy bella, probablemente la más atractiva de toda esa generación de actrices. El papel de escritora pija de best-seller la pega bastante.

Una apuesta por el suspense tranquilo, sin excesivas sorpresas, pero que podemos disfrutar sin llevarnos las manos a la cabeza constantemente. En el vídeo club las hay mucho peores, os lo aseguro.