Despedida artística y vital del más grande vaquero de todos los tiempos, John Wayne, en la mejor película que hizo en su discreta década de los setenta. La historia de un pistolero que va a morir víctima del cáncer y que ya no pertenece a su tiempo está basada en una buena novela de Glendon Swarthout, y dirigida con sobriedad y algo de amargura pero sin blandenguerías por el director Don Siegel, con el que Wayne tuvo algún que otro problema, ya que no solía respetar en exceso a los directores, a excepción claro está de Ford y Hawks.

Lejos de ser una gran película, sí al menos es entrañable, al reunir a una gran cantidad de viejas glorias de Hollywood como Lauren Bacall o James Stewart entre otros.

La película es un tanto anodina, ya que está pensada para que desemboque en su magnífica escena final, lo que hace que algunas secuencias tengan más la misión de ganar minutos de metraje que realmente de aportar mucho a la narración. Otro lastre es su fotografía, cercana a la televisiva, y por supuesto el doblaje en español, verdaderamente horrible.

En lo positivo que es mucho, destacar los decorados, especialmente el bar del Metropole o las calles de Carson City, o las escenas de interiores del hostal. Y por supuesto a Wayne, que en contra de lo que muchos consideran, fue un gran actor, injustamente tratado por parte del público europeo por razones que poco tienen que ver con las artísticas y que aquí da una nueva clase magistral de cómo se anda, se mira, se habla... cuando se es un tipo duro con sombrero.

Un último testamento de una de las leyendas del cine que ofrece los suficientes ingredientes de interés como para que sea mucho más recordada. Yo ya he cumplido con mi parte.

Nota: 6,7