Este documental podría haber ido sobre el jazz, sobre los viajes o sobre una segunda juventud, sobre Woody Allen, sobre el atardecer en una ciudad extraña (bueno, esto iría incluido en “los viajes”)...

Pero no. Se queda en el chascarrillo fácil. En el tópico, el personaje que ya conocemos. El amigo plasta que todos tenemos (Allen se pone francamente insoportable en determinados momentos, parece estar interpretando un papel). Pasamos más tiempo dentro de hoteles de lujo que en la calle o sobre un escenario.

Quizás Allen sea así de pesado o quizás intentaba hacerse el gracioso o quizás la directora sólo buscó recrearse en lo trivial (que es por otra parte, si doy crédito a las risotadas provocadas por los movimientos y reacciones casi compulsivas del neoyorquino, lo que la mayoría de gente espera de esta película). Pero creo que se perdió una oportunidad de hacer algo distinto. Sobre todo teniendo en cuenta que tampoco es que tenga excesiva gracia lo que nos enseñan.

Demasiado autocomplaciente el resultado final. No pasa de interesante.

A los interesados en este tipo de música quisiera recomendarles (supongo que los conocerán) a los Squirrel Nut Zippers. Un grupo actual que rescata de forma extraordinaria este sonido New Orleans y su jazz primigenio. Fantásticos. Tuvieron alguna repercusión en los 90 (actuando incluso en el lollapalooza, creo) pero ahora no me parece que se hable mucho de ellos. Aunque tampoco sigo yo el mundillo musical con la intensidad de hace 10 años.