La historia clásica de redención sirve a "John Dahl" para levantar como buenamente puede una historia simplona, anclada en los convencionalismos, pero salvada de forma ligeramente eficiente por un Ben Kingsley que parece haber olvidado que lleva unos 40 años sin acné, interpretando aquí el papel de un asesino borracho que está ebrio continuamente y no puede llevar a cabo su trabajo con soltura. Así, el tío es enviado a Estados Unidos a una asociación de esas de alcohólicos anónimos, etcétera.

Pues bien: Kingsley hace del tipo enrollado, gracioso, cortante, algo así como el "estereotipo House", pero sin el sarcasmo. Junto a él se moldean personajes bastante curiosos, como el de Tèa Leoni o Luke Wilson que, sin sobresalir, están bien llevados. Los elementos cómicos no son muy agudos y el desarrollo es un calco al de mil películas, así que originalidad cero. Pese a todo, entretiene lo suficiente como para no olvidarla en dos días, lo cual ya es bastante decir a día de hoy.