La primera diferencia: el encanto de ese blanco y negro de Melville queda a años luz de esa fotografía trabajada sobre rojos y verdes, saturada a límites imposibles. Todo esta retocado, todo. No hay ansias ni instintos, simplemente eficacia en el etalonaje. El inicio mudo de la original se ve ‘duplicado’ por lo que parece “Matrix” a la francesa. Y así… no van a salir las cosa… y con esos disparos y tropezones de carne y sangre saltando por los aires… menos.
El efecto se apodera del efecto.

La segunda diferencia: la Belucci está más ‘buenorra’ que la enigmática Christine Fabrega. El atraco al furgón en ciudad en vez de ese exterior cerca de las montañas. ¿Lo vería Nolan?

La tercera diferencia: siempre existe esa pesada diferencia del cine negro y de las películas de gángsteres francesas. Y precisamente la mejor película actual sigue otros patrones americanos bajo perspectivas occidentales. Hablo de “Un profeta”, donde convive el nuevo tono social francés con la estética del género carcelario por antonomasia.
Y lo intenta Alain Corneau por actores, estética… pero se le olvidó algo llamado alma. Cierto es que es muy difícil encajar con ese cine de género que llegó a una perfección en los años cincuenta y setenta… pero una emulación del mismo ahora mismo se antoja fútil. Un simple guiño y homenaje a tiempos pasados y mejores.