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Voto de Archilupo:
9
Drama. Comedia Bob Harris, un actor norteamericano en decadencia, acepta una oferta para hacer un anuncio de whisky japonés en Tokio. Está atravesando una aguda crisis y pasa gran parte del tiempo libre en el bar del hotel. Y, precisamente allí, conoce a Charlotte, una joven casada con un fotógrafo que ha ido a Tokio a hacer un reportaje; pero mientras él trabaja, su mujer se aburre mortalmente. Además del aturdimiento que les producen las imágenes y ... [+]
15 de diciembre de 2008
154 de 190 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con dominio propio de una mente creadora madura, la joven Coppola sabe combinar melancolía sutil y tenue humorismo para lograr esta obra encantadora, bien apoyada en un uso hábil y sensible de la música.

Desde la altura del lujoso e impersonal hotel-rascacielos se posa una mirada distante sobre Tokio, que sirve de fondo como cualquier otra gran ciudad moderna serviría. Esa mirada tranquila encuentra la empatía idónea para acercarse a los protagonistas, que son un actor en baja (Bill Murray), con cara de pocos amigos, de estar anímicamente en las últimas, y una licenciada inactiva (Scarlett Johansson), casada con un fotógrafo que la ignora y por las noches ronca.
Insomnes ambos protagonistas, sufren un ‘jetlag’ existencial que va más allá de los desfases horarios y de los bostezos que no pueden reprimir en el ascensor, cuando se ven por primera vez.

¿Por primera vez? Gran parte del encanto de la película está en la poética sugerencia de un reencuentro platónico entre almas gemelas que se reconocen y establecen en el acto una corriente de comunicación directa, de mutua simpatía y complicidad.
El mayor acierto de Sofia Coppola es no definir esa conexión sólo en positivo, detallando su contenido, sino definirla también por claro contraste con la incomunicación por todas partes imperante como rasgo característico de la sociedad contemporánea, un mundo tan superpoblado y complejo que los mensajes se pierden inexorablemente en la traducción entre idiomas, entre códigos, entre mentalidades. De esto va mostrando el film numerosos ejemplos, empezando por el cómico rodaje del spot de un whisky, las largas parrafadas que la intérprete traduce a una sola frase. O las conversaciones telefónicas con la familia, diálogos de sordos (uno dice Te quiero, el otro ya ha colgado)… En bragas rosa por la habitación, ella escucha un audilibro sobre el sentido de la vida. Él juega al golf a solas, en el green o en un vaso tumbado en la moqueta. Ella callejea entre la muchedumbre extraña, visita templos que nada le dicen. En las ruedas de prensa todo es parloteo, tontería, expresión insuficiente y comunicación superficial. Zapeando, él se ve en una película antigua, doblado al japonés, convertido en otro.
Y cuando coinciden hay sonrisa, todo se llena de confianza, de un incesante reconocerse, tratarse delicadamente.
Unos planos cenitales toman las confidencias susurradas en la cama. Cuando la conversación languidece, una mano roza apenas un pie. La ternura es infinita.

Ellos se encuentran melancólicamente en un lugar de paso, para condolerse en continuo sobreentendido, por encima de las múltiples barreras de obviedad y convención que interpone el lenguaje, barreras que absorben los mensajes y los apagan, dejando que se pierdan en la traducción, entre los inútiles códigos comunicativos.

Se (re)encuentran para un abrazo, un maravilloso abrazo que es toda una teoría de los afectos humanos.
Archilupo
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