Un director de campaña, antiguo joven prodigio ahora hundido en un pozo de alcohol, tratará de resurgir de sus cenizas llevando a un popular niño a la presidencia.

Sátira sobre el circo en que se ha convertido la política en tiempos de Instagram, Twitter y los youtubers; ensayo acerca del poder de la imagen, la manipulación de los medios, la estupidez de la sociedad, la frivolidad de un país que prefiere contemplar vídeos de gatitos a escuchar hablar de los problemas que acucian al mundo, el episodio naufraga al intentar desarrollar un punto de partida imposible. El concepto es claro –si Donald Trump pudo convertirse en presidente, ¿por qué no lo iba a hacer un crío?-, pero independientemente de que compartas o no la ideología de los creadores, el capítulo resulta ridículo, aburrido, simplón, previsible e infantiloide, realizado sin sombra de sutileza. El mensaje se come a la historia. Destacaría únicamente el desenlace, donde al menos sí se consigue transmitir algo de inquietud.

Respecto a la serie original, creo que hay cierta semejanza con el episodio “It’s a Good Life”, en la medida en que en ambos nos presentan a un chiquillo insufrible dotado de fabulosos poderes.