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Voto de Jark Prongo:
8
5,0
194
Intriga. Ciencia ficción. Drama
Una fría noche el joven Robert (Vincent Carder) regresa a París en coche cuando, por el camino, se encuentra a una chica medio desnuda en la calle. La misteriosa joven, Elisabeth (Brigitte Lahaie), ha perdido la memoria y no sabe lo que ha pasado. Robert acaba por enamorarse de ella y, poco a poco, se verá sumergido en una espiral de sadismo y muerte. (FILMAFFINITY)
21 de julio de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Jean Rollin no bastó con ignorarle de forma sistemática en vida, no, además hubo que extender el pensamiento de que su cine era euro-trash (dicho esto con intención totalmente peyorativa), de clara vocación marginal y bastante prescindible. Una opinión consensuada por una serie de críticos si no invidentes al menos con unas taras y mermas cognitivas bastante acusadas. Además de trazar siempre con el francés una equivalencia uno a uno perfecta con su homólogo Jesús Franco –de nuevo con intenciones de minusvalorar a ambos-, algo totalmente incorrecto (el primer material oficial de ambos data del mismo año, sus carreras confluirían en un par de ocasiones y cada uno a su manera resulta modernísimo aún para los parámetros que manejamos en la actualidad para cuantificar esta cualidad en el cine, pero hasta ahí llega el paralelismo) y fácil aunque bien extenso de refutar, se le niega su cetro de rey del fantástico de autor europeo, algo que sólo podría discutirle alguien con quien guarda varios puntos en común, el enorme Lucio Fulci: incomprendidos ambos, el destino de los personajes de sus ficciones siempre está determinado por la fatalidad, mientras que sus filmes parecen buscar adrede tramos de sopor casi surreal que amodorren al espectador para que cause mayor impacto la secuencia con la que rompen esa duermevela. Fulci lo hace a lo bruto y grotesco, agrediendo al ojo, mientras que Rollin a lo sugestivo y bello, ya sea por la composición del plano o cualquier otro detalle. De él se ha dicho que no sabe filmar, siendo en realidad que desde adolescente se codeaba con Claude Lelouch, dejó inacabado un poema visual con Marguerite Duras y que ahí queda su extensa filmografía para quien quiera desmontar este bocachanclismo lo haga: desde su clásica trilogía primeriza de vampiras (donde se mezclaba el criterio visual de Jean Cocteau con el atrevimiento de las vanguardias checas) a cualquiera de sus películas porno bajo seudónimo lo de Rollin es un espectáculo, si bien a su manera, con esa cadencia (cuasi exasperante de lenta en ocasiones, eso si que lo admitimos) actuando de motor de los hechos. Un tío que además siempre prefirió que el cine fuese cine y se supeditase cuanto menos mejor a otras artes, dando prioridad a los simbolismos y cualquier otro elemento no dialogado en pos de que fuese la imagen quien hablase; un hombre que cada vez que insertaba trasfondo político de lucha de clases en sus historias fantásticas causaba risas en la Francia post Mayo del sesenta y ocho pero que ahora, décadas después, ha demostrado ser mucho menos demagógico que muchos coetáneos suyos; un titán que cogió El Ángel Exterminador de Buñuel y lo convirtió en un remake facturado por Beckett en La Rosa De Hierro; un genio, en definitiva, que ya desde su precoz Les Amours Jaunes hiciera uso de la playa de Dieppe para volver después una y otra vez a ella a lo largo de casi todos sus films a regir el destino de sus personajes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En La nuit des traquées no se ve la playa de Dieppe, es una de las tres excepciones de toda su filmografía. De hecho es la película más en discordancia no con el discurso de sus otros films pero sí con los entornos donde acontecen los hechos: de castillos, villas, costas, viñedos y cementerios pretéritos aquí se pasa al París de la actualidad, más concretamente a un entorno muy parejo al del Cronenberg chiflado por la arquitectura aséptica (Crimes Of The Future) y Ballard (Shivers). Casi todo tiene lugar en un rascacielos negro e imponente que cuando es filmado en su exterior parece tener vida –ojalá un remake español donde Francis Lorenzo le insufle esa cualidad con alguna de sus mágicas interpretaciones- y cuando la cámara captura sus arterias, esos pasillos de grandes paneles rollo call-center, lo que hace es robarla. No él, claro, sino la misteriosa organización que opera en sus dependencias, que recluye a una serie de ciudadanos ahí dentro contra su voluntad porque tienen pérdidas de memoria y de facultades psicomotrices. Es aquí donde Rollin, filmando a la manera de un thriller, empieza a reflexionar sobre la necesidad de tener un pasado para garantizar un futuro y que no te controlen durante el presente –algo muy en línea con el discurso de Chris Marker- y deja secuencias fascinantes, como por ejemplo todas en las que los presos se inventan entre ellos el pasado de con quien anden hablando. Hay un espabilado que usa el privilegio de perder menos memoria para truñirse a varias pacientes, cosa que mete Rollin para sus clásicas secuencias de sexo softcore, y algunos presos tienen accesos violentos con impulsos criminales, lo que termina por emparentar más a Acoso En La Noche con Titicut Follies, Monos Como Becky y demás películas denuncia de instituciones de reclusión y terapias electroconvulsas aplicadas en forma de pastilla que con el thriller que se cree estar viendo: un gabinete gubernamental que se inventa una excusa peregrina para apartar individuos de la sociedad, unos reclusos que dicen haber llegado allí para que un doctor les suprima unos ataques de ansiedad fortísimos, unos pobres diablos que no pueden ni tenerse en pie luego de llevar tres días ahí metidos en el rascacielos, una Brigitte Lahahie que no deja aquí ninguna imagen icónica en solitario (como la de la guadaña y el foso en la inmediatamente anterior Fascination) pero que lanza al aire reflexiones sobre si la han zombificado en vida, un tramo final donde se va dando matarile en una estación de trenes a estos ahora vegetales en vez de humanos…. Todo casa con la denuncia contra las cómodas terapias de supresión de la voluntad que se aplican inopinadamente todavía hoy día sobre cualquier individuo que parece vivir en un plano cognitivo diferente al consensuado por la sociedad como normal. Y ante eso lo único que puede hacer al final Brigitte es andar agarrada de la mano de quien acaba de recibir un balazo en la cabeza –toma metáfora fina- hacia la nada.