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Voto de Jark Prongo:
8
Intriga. Ciencia ficción. Drama Una fría noche el joven Robert (Vincent Carder) regresa a París en coche cuando, por el camino, se encuentra a una chica medio desnuda en la calle. La misteriosa joven, Elisabeth (Brigitte Lahaie), ha perdido la memoria y no sabe lo que ha pasado. Robert acaba por enamorarse de ella y, poco a poco, se verá sumergido en una espiral de sadismo y muerte. (FILMAFFINITY)
21 de julio de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Jean Rollin no bastó con ignorarle de forma sistemática en vida, no, además hubo que extender el pensamiento de que su cine era euro-trash (dicho esto con intención totalmente peyorativa), de clara vocación marginal y bastante prescindible. Una opinión consensuada por una serie de críticos si no invidentes al menos con unas taras y mermas cognitivas bastante acusadas. Además de trazar siempre con el francés una equivalencia uno a uno perfecta con su homólogo Jesús Franco –de nuevo con intenciones de minusvalorar a ambos-, algo totalmente incorrecto (el primer material oficial de ambos data del mismo año, sus carreras confluirían en un par de ocasiones y cada uno a su manera resulta modernísimo aún para los parámetros que manejamos en la actualidad para cuantificar esta cualidad en el cine, pero hasta ahí llega el paralelismo) y fácil aunque bien extenso de refutar, se le niega su cetro de rey del fantástico de autor europeo, algo que sólo podría discutirle alguien con quien guarda varios puntos en común, el enorme Lucio Fulci: incomprendidos ambos, el destino de los personajes de sus ficciones siempre está determinado por la fatalidad, mientras que sus filmes parecen buscar adrede tramos de sopor casi surreal que amodorren al espectador para que cause mayor impacto la secuencia con la que rompen esa duermevela. Fulci lo hace a lo bruto y grotesco, agrediendo al ojo, mientras que Rollin a lo sugestivo y bello, ya sea por la composición del plano o cualquier otro detalle. De él se ha dicho que no sabe filmar, siendo en realidad que desde adolescente se codeaba con Claude Lelouch, dejó inacabado un poema visual con Marguerite Duras y que ahí queda su extensa filmografía para quien quiera desmontar este bocachanclismo lo haga: desde su clásica trilogía primeriza de vampiras (donde se mezclaba el criterio visual de Jean Cocteau con el atrevimiento de las vanguardias checas) a cualquiera de sus películas porno bajo seudónimo lo de Rollin es un espectáculo, si bien a su manera, con esa cadencia (cuasi exasperante de lenta en ocasiones, eso si que lo admitimos) actuando de motor de los hechos. Un tío que además siempre prefirió que el cine fuese cine y se supeditase cuanto menos mejor a otras artes, dando prioridad a los simbolismos y cualquier otro elemento no dialogado en pos de que fuese la imagen quien hablase; un hombre que cada vez que insertaba trasfondo político de lucha de clases en sus historias fantásticas causaba risas en la Francia post Mayo del sesenta y ocho pero que ahora, décadas después, ha demostrado ser mucho menos demagógico que muchos coetáneos suyos; un titán que cogió El Ángel Exterminador de Buñuel y lo convirtió en un remake facturado por Beckett en La Rosa De Hierro; un genio, en definitiva, que ya desde su precoz Les Amours Jaunes hiciera uso de la playa de Dieppe para volver después una y otra vez a ella a lo largo de casi todos sus films a regir el destino de sus personajes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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