Media votos
4,3
Votos
2.805
Críticas
2.805
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Ferdydurke:
8
6,5
5.432
Drama. Romance
Falta sólo una semana para el 45º aniversario de su boda, y Kate Mercer está muy ocupada con los preparativos de la fiesta. Pero entonces llega una carta dirigida a su marido, en la que se le notifica que, en los glaciares de los Alpes suizos, ha aparecido congelado el cadáver de su primer amor. (FILMAFFINITY)
23 de diciembre de 2015
37 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Identidades rotas e infidelidades de ultratumba (rompiendo el tiempo).
Si lo que somos se sustenta en dos pilares básicos, a saber, el pasado, la memoria de nuestra vida, el relato que construimos y nos da sentido, y, no menos importante, la mirada del otro, del que nos acompaña y comparte nuestras luces y miserias, de aquellos que nos quieren a pesar de todo; y ese espejo de dos caras se nos rompe al final del camino, cuando menos te lo esperas, eso supone un duro golpe, muy soterrado y quebrantador.
Pues ese proceso, desde su inicio en forma de carta hasta su bello final, implacable, ambiguo y delicioso, es lo que cuenta esta muy buena película del inglés Haigh (la anterior también era apreciable).
Y lo hace poco a poco, con pulso firme y atento a los detalles; observando y tomándose su tiempo.
Una vez que la flecha epistolar es lanzada, solo cabe esperar, narrar el derrumbe de un sueño, mostrar la irrupción de otro relato que se quiere interponer, interrumpir, desmentir el oficial. Como si la intrahistoria silenciosa debilitara, desconchara la muralla inexpugnable del matrimonio perfecto, la verdad pública.
Y eso que al principio uno se temía lo peor. El cine y la vejez no se llevan muy bien, no suelen hacer buenas migas. Es un ámbito muy maltratado, al que se saquea sin compasión ni gusto. Lo más habitual suele ser: o utilizar a los ancianos como carne de cañón endosándoles una terrible enfermedad (alzhéimer a ser posible) y detallar cruel, morbosamente, sus últimos pasos, o convertirlos en bizcochos azucarados, todo ternura y remilgos, o, agárrate que viene curva, en gruñones de comedia de echar a correr. En todos los casos, ya no son seres humanos, son espantapájaros, perchas en las que colgar tópicos sin alma ni remedio.
En esta ocasión, nada que ver. Son viejos pero dignos. Ni se nos mueren por las esquinas (a golpes de sensiblería), ni son biliosos hijos de Mr. Scrooge, ni les ha crecido el corazón de camino al cielo. Gracias a Dios. Que cunda el ejemplo, que no el pánico.
Sutil, luminosa en su creciente y sensible oscuridad. Con una perfecta fotografía y una actriz inspirada (él la acompaña correctamente), es en la dirección y el guion donde se eleva sin freno. Una elegante puesta en escena y un contenido mirar a una pareja sin hijos, acurrucados en su unión, que descubren (ella, sobre todo) finalmente (como en todas las buenas historias) que no todo es como parece, que siempre hay más, o menos, al otro lado, a la vuelta, debajo del alfombra, al fondo, que por mucho que te refugies o protejas te puede pasar también a ti. Y que nada se puede hacer al respecto, para evitarlo. Bueno. Algo sí. Contarlo.
Si lo que somos se sustenta en dos pilares básicos, a saber, el pasado, la memoria de nuestra vida, el relato que construimos y nos da sentido, y, no menos importante, la mirada del otro, del que nos acompaña y comparte nuestras luces y miserias, de aquellos que nos quieren a pesar de todo; y ese espejo de dos caras se nos rompe al final del camino, cuando menos te lo esperas, eso supone un duro golpe, muy soterrado y quebrantador.
Pues ese proceso, desde su inicio en forma de carta hasta su bello final, implacable, ambiguo y delicioso, es lo que cuenta esta muy buena película del inglés Haigh (la anterior también era apreciable).
Y lo hace poco a poco, con pulso firme y atento a los detalles; observando y tomándose su tiempo.
Una vez que la flecha epistolar es lanzada, solo cabe esperar, narrar el derrumbe de un sueño, mostrar la irrupción de otro relato que se quiere interponer, interrumpir, desmentir el oficial. Como si la intrahistoria silenciosa debilitara, desconchara la muralla inexpugnable del matrimonio perfecto, la verdad pública.
Y eso que al principio uno se temía lo peor. El cine y la vejez no se llevan muy bien, no suelen hacer buenas migas. Es un ámbito muy maltratado, al que se saquea sin compasión ni gusto. Lo más habitual suele ser: o utilizar a los ancianos como carne de cañón endosándoles una terrible enfermedad (alzhéimer a ser posible) y detallar cruel, morbosamente, sus últimos pasos, o convertirlos en bizcochos azucarados, todo ternura y remilgos, o, agárrate que viene curva, en gruñones de comedia de echar a correr. En todos los casos, ya no son seres humanos, son espantapájaros, perchas en las que colgar tópicos sin alma ni remedio.
En esta ocasión, nada que ver. Son viejos pero dignos. Ni se nos mueren por las esquinas (a golpes de sensiblería), ni son biliosos hijos de Mr. Scrooge, ni les ha crecido el corazón de camino al cielo. Gracias a Dios. Que cunda el ejemplo, que no el pánico.
Sutil, luminosa en su creciente y sensible oscuridad. Con una perfecta fotografía y una actriz inspirada (él la acompaña correctamente), es en la dirección y el guion donde se eleva sin freno. Una elegante puesta en escena y un contenido mirar a una pareja sin hijos, acurrucados en su unión, que descubren (ella, sobre todo) finalmente (como en todas las buenas historias) que no todo es como parece, que siempre hay más, o menos, al otro lado, a la vuelta, debajo del alfombra, al fondo, que por mucho que te refugies o protejas te puede pasar también a ti. Y que nada se puede hacer al respecto, para evitarlo. Bueno. Algo sí. Contarlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Más:
- La idea del hielo como conservante eterno sirve de clara metáfora respecto a la juventud infinita. Así quedó Katia para siempre, congelada, en los Alpes y en la memoria de él (todos los sueños de juventud, todas las ilusiones perdidas). En la también hermosa, aunque muy diferente de tono (más claramente sarcástica), "Nebraska" de Payne se apuntaba algo parecido.
- Fotos. Ellos no son de fotos. Apuestan por disfrutar sin grabar, por lo efímero. Por el amor callado, sin estridencias. Pero Katia invade su territorio. Y ella sí está en imágenes (emocionante escena en el desván).
- Hijos. La carencia de estos aumenta la sensación de amenaza y fragilidad de la pareja. De orfandad desesperada ante la tormenta que se avecina.
- Maridos y mujeres. Ellos se pierden en ideales y legados, en anhelos y añoranzas. Ellas se ocupan de lo importante, de la argamasa, de lo que cimenta la vida, de la suma de cotidianidades. Él, más caprichoso, inocente, infantil y débil. Ella, más consciente, insegura, controladora y en peligro
- Las apariencias. La sociedad como espectadora y balance y reflejo. Las relaciones y los hitos, las celebraciones y aniversarios. Todo eso tan superfluo y tan necesario para apuntalar la ilusión de continuidad y sentido.
El final es muy brillante (con un aire de familia al de "Los muertos" de Joyce, parecida desolación melancólica, lírica y helada). Seguirán como pareja feliz. Sin duda. Eso creo. O eso espero. Se necesitan y se quieren. Claramente. Pero nada será igual. El relato se fracturó, ya tiene fisuras, habrá que volver a construirlo, readaptarlo, como sea. O seguirán heridos, más todavía. Ya sin certezas. Veremos.
- La idea del hielo como conservante eterno sirve de clara metáfora respecto a la juventud infinita. Así quedó Katia para siempre, congelada, en los Alpes y en la memoria de él (todos los sueños de juventud, todas las ilusiones perdidas). En la también hermosa, aunque muy diferente de tono (más claramente sarcástica), "Nebraska" de Payne se apuntaba algo parecido.
- Fotos. Ellos no son de fotos. Apuestan por disfrutar sin grabar, por lo efímero. Por el amor callado, sin estridencias. Pero Katia invade su territorio. Y ella sí está en imágenes (emocionante escena en el desván).
- Hijos. La carencia de estos aumenta la sensación de amenaza y fragilidad de la pareja. De orfandad desesperada ante la tormenta que se avecina.
- Maridos y mujeres. Ellos se pierden en ideales y legados, en anhelos y añoranzas. Ellas se ocupan de lo importante, de la argamasa, de lo que cimenta la vida, de la suma de cotidianidades. Él, más caprichoso, inocente, infantil y débil. Ella, más consciente, insegura, controladora y en peligro
- Las apariencias. La sociedad como espectadora y balance y reflejo. Las relaciones y los hitos, las celebraciones y aniversarios. Todo eso tan superfluo y tan necesario para apuntalar la ilusión de continuidad y sentido.
El final es muy brillante (con un aire de familia al de "Los muertos" de Joyce, parecida desolación melancólica, lírica y helada). Seguirán como pareja feliz. Sin duda. Eso creo. O eso espero. Se necesitan y se quieren. Claramente. Pero nada será igual. El relato se fracturó, ya tiene fisuras, habrá que volver a construirlo, readaptarlo, como sea. O seguirán heridos, más todavía. Ya sin certezas. Veremos.