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Voto de Ferdydurke:
3
6,6
11.413
Thriller. Drama
La coronel Katherine Powell (Helen Mirren), una oficial de la inteligencia militar británica, lidera una operación secreta para capturar a un grupo de terroristas en Nairobi, Kenia. Cuando se da cuenta que los terroristas están en una misión suicida, ella debe cambiar sus planes de 'capturar' por 'matar'. El piloto estadounidense de drones Steve Watts (Aaron Paul) recibe la orden de destruir el refugio donde se hallan los terroristas, ... [+]
30 de mayo de 2016
60 de 113 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diría que la culpa fue del hula hoop.
La primera media hora (ay esos drones qué jugones y fiesteros cual escarabajos o jilgueros) es entretenimiento puro, impío, graso, sabrosón, delicuescente y culpable. En eso que sale la niña linda...
Y a freír gárgaras (o espárragos, que tal bailan). Todo se fue al garete, al pedo, al traste, como tras lanzar y explosionar un Hellfire, igual.
Pasamos de cine de evasión, bien hecho y entendido, con las ínfulas justas, a mezcla espuria, bastarda, hija de mil padres distintos y no conocidos o, reduzcamos, solo tres quizás: la prosa rala del hermano tonto de Kafka ("malditos burócratas"), la animación desleída del hijo secreto de Walt Disney (dame una niña desvalida o en peligro y moveré, más bien destruiré con su frágil fulgor, la civilización occidental a pura lágrima viva, de un plumazo) y la guerra perdida de Gila (con menos gracia, pero más absurda y ridícula todavía).
No era muy seria al principio, pero tenía sentido y oficio. Después, fue comedia involuntaria, primeros planos abominables, situaciones grotescas, un tomarse en serio a sí mismos de un lamentable que no se puede ni de creer. Delirante distancia entre el presupuesto o conflicto moral planteado (manipulado, forzado, inverosímil, inapropiado, consabido, tópico, burdo, obvio, traicionero... ) y la unción y la sensiblería insufrible con la que es tratado.
El recurso meloso, y doloroso, de la infancia como infame cebo para atraer todo tipo de moralinas, llantinas y solemnidades es uno de los golpes bajos cinematográficos más sonrojantes y cruciales.
La primera media hora (ay esos drones qué jugones y fiesteros cual escarabajos o jilgueros) es entretenimiento puro, impío, graso, sabrosón, delicuescente y culpable. En eso que sale la niña linda...
Y a freír gárgaras (o espárragos, que tal bailan). Todo se fue al garete, al pedo, al traste, como tras lanzar y explosionar un Hellfire, igual.
Pasamos de cine de evasión, bien hecho y entendido, con las ínfulas justas, a mezcla espuria, bastarda, hija de mil padres distintos y no conocidos o, reduzcamos, solo tres quizás: la prosa rala del hermano tonto de Kafka ("malditos burócratas"), la animación desleída del hijo secreto de Walt Disney (dame una niña desvalida o en peligro y moveré, más bien destruiré con su frágil fulgor, la civilización occidental a pura lágrima viva, de un plumazo) y la guerra perdida de Gila (con menos gracia, pero más absurda y ridícula todavía).
No era muy seria al principio, pero tenía sentido y oficio. Después, fue comedia involuntaria, primeros planos abominables, situaciones grotescas, un tomarse en serio a sí mismos de un lamentable que no se puede ni de creer. Delirante distancia entre el presupuesto o conflicto moral planteado (manipulado, forzado, inverosímil, inapropiado, consabido, tópico, burdo, obvio, traicionero... ) y la unción y la sensiblería insufrible con la que es tratado.
El recurso meloso, y doloroso, de la infancia como infame cebo para atraer todo tipo de moralinas, llantinas y solemnidades es uno de los golpes bajos cinematográficos más sonrojantes y cruciales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Porque vamos a ver: si hubiera sido, en lugar de la niña santa, un jubilado con cachava, una mamá entrada en carnes, un adolescente zangolotino y pajillero a toda hora (sí, ya sé, es pleonasmo, redundancia, jodienda), un cuarentón canoso y barrigudo, una menopáusica aburrida y jacarandosa, qué sé yo, la misma niña, pero en lugar de hija de padres buenos, con una familia de fanáticos, entonces, ¿qué hacemos?, ¿a todos ellos los hubiéramos matado con la conciencia limpia y cruzados de brazos, a lo sumo frunciendo un poco el ceño y poniendo cara de circunstancias, la vida es así, qué le vamos a hacer?
En fin. Tratar de reducir las monstruosas implicaciones de todo tipo, legales, históricas, éticas, filosóficas..., de cualquier acción militar en la que hay vidas en juego a un sucedido tan tramposo y poco creíble y sentimentaloide es muy cutre.
Como si cualquier movimiento de la mariposa (de guerra y/o económico-política) del primer mundo no provocara cada día miles de víctimas inocentes (por supuesto) en los lugares más recónditos (incluso en los más cercanos -en muchas menos ocasiones) del planeta; como si la vida de mucha gente no fuera convertida a cada segundo en una inmensa, e injusta, masacre que desprecia completamente diferencias de edad, sexo, religión o procedencia (el dolor no es arbitrario, hay objetivos, países o grupos mucho más expuestos, pero no hay distingos peliculeros ni debates chuscos al respecto, le puede tocar a -casi, algunos nunca se ponen a tiro- cualquiera que esté en el sitio equivocado o en el momento erróneo); como si ahora nos hubiésemos dado cuenta de que hay unos cuantos que deciden la vida de muchos, que sus desmanes o maquinaria asesina está dirigida por intereses encontrados pero muy despiadados y que están parapetados tras leyes estiradas como chicle según la ocasión y "videojuegos" de guerra cada vez más impersonales, asépticos, clínicos y eficaces. Como si nos hubiésemos caído, todos, de repente de un guindo y ahora nos tuviésemos que creer la absurda comedia que viene a decir que les importa algo todo ello o que semejantes dilemas morales impiden todos los días tanta muerte y horror interminables, infinitos. Como si pudiésemos imaginar que esos felones se detienen a practicar filosofía moral antes de acometer, por decisión directa u omisión irresponsable y encadenada de modo que nadie quiera saber el nombre del que aprieta el último botón, sus barrabasadas. Ya lo dijo el gran Chicho, ¿quién puede matar a un niño? Anda ya, sí, claro, y los políticos lo son por vocación y todos nos veremos en el mismo cielo diamantino y silencioso cuando al fin del tiempo nos reunamos con el buen Dios en paz y alegría, hermanos del mismo sol y amantes de las mismas estrellas, justo un poco antes del diluvio de gominolas y gusanitos.
No sigo que me enciendo y no vaya a ser que me ponga yo también a sacrificar, por un quítame allá esas pajas, niños benditos mientras leo la Ética de Aristóteles y hago llamadas desesperadas a los más altos cargos del mundo civilizado, siempre tan ocupados y preocupados por todos nosotros.
En fin. Tratar de reducir las monstruosas implicaciones de todo tipo, legales, históricas, éticas, filosóficas..., de cualquier acción militar en la que hay vidas en juego a un sucedido tan tramposo y poco creíble y sentimentaloide es muy cutre.
Como si cualquier movimiento de la mariposa (de guerra y/o económico-política) del primer mundo no provocara cada día miles de víctimas inocentes (por supuesto) en los lugares más recónditos (incluso en los más cercanos -en muchas menos ocasiones) del planeta; como si la vida de mucha gente no fuera convertida a cada segundo en una inmensa, e injusta, masacre que desprecia completamente diferencias de edad, sexo, religión o procedencia (el dolor no es arbitrario, hay objetivos, países o grupos mucho más expuestos, pero no hay distingos peliculeros ni debates chuscos al respecto, le puede tocar a -casi, algunos nunca se ponen a tiro- cualquiera que esté en el sitio equivocado o en el momento erróneo); como si ahora nos hubiésemos dado cuenta de que hay unos cuantos que deciden la vida de muchos, que sus desmanes o maquinaria asesina está dirigida por intereses encontrados pero muy despiadados y que están parapetados tras leyes estiradas como chicle según la ocasión y "videojuegos" de guerra cada vez más impersonales, asépticos, clínicos y eficaces. Como si nos hubiésemos caído, todos, de repente de un guindo y ahora nos tuviésemos que creer la absurda comedia que viene a decir que les importa algo todo ello o que semejantes dilemas morales impiden todos los días tanta muerte y horror interminables, infinitos. Como si pudiésemos imaginar que esos felones se detienen a practicar filosofía moral antes de acometer, por decisión directa u omisión irresponsable y encadenada de modo que nadie quiera saber el nombre del que aprieta el último botón, sus barrabasadas. Ya lo dijo el gran Chicho, ¿quién puede matar a un niño? Anda ya, sí, claro, y los políticos lo son por vocación y todos nos veremos en el mismo cielo diamantino y silencioso cuando al fin del tiempo nos reunamos con el buen Dios en paz y alegría, hermanos del mismo sol y amantes de las mismas estrellas, justo un poco antes del diluvio de gominolas y gusanitos.
No sigo que me enciendo y no vaya a ser que me ponga yo también a sacrificar, por un quítame allá esas pajas, niños benditos mientras leo la Ética de Aristóteles y hago llamadas desesperadas a los más altos cargos del mundo civilizado, siempre tan ocupados y preocupados por todos nosotros.