Tras visionar tantas y tantas películas de zombies, un corto ha tenido que ser el que más me ha impactado. No por el hecho de lo que ya conocemos sobre el género, sino todo lo contrario, una puesta en escena sencilla pero brutal, una narratividad sin diálogos, pero con firmeza y paso seguro, y sobre todo, hecho con una intención y un cariño tremendo. Sí, he dicho cariño a una cinta de zombies. Pero es que, en este pretexto apocalíptico, es cuando se magnifican todos los estados de ánimo y en este corto, yo por lo menos, me he metido muy dentro de ambos personajes.

El corto comienza creándome unas dudas que, a medida que pasan los segundos me van conectando más. Ante la desesperación del protagonista, el ingenio sale a relucir, como muy pocas veces he visto antes. Llevándome al punto álgido, donde mis ojos abiertos como platos, sin poder apartarlos de la pantalla, observan como esta historia se mete muy dentro de mí.

Ha quedado demostrado que, ternura y horror pueden ir cogidas de la mano.