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Voto de Juan Marey:
8
Terror. Ciencia ficción El barón Frankenstein y el doctor Hertz intentan trasplantar las almas de los muertos a otros cuerpos. Después de que su ayudante Hans, acusado injustamente del asesinato del padre de su novia Christina, sea condenado a muerte y ajusticiado, desentierran su cadáver y se apoderan de su alma. Mientras tanto, Christina, consumida por el dolor, se suicida. Entonces, los dos investigadores se proponen resucitarla transfiriéndole el alma de ... [+]
25 de marzo de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un título quizás tomado del film de Roger Vadim “Y Dios creó a la mujer” (Et Dieu…créa la femme, 1956) y con el clásico de James Whale “La novia de Frankenstein” (The bride of Frankenstein, 1935) como claro referente, el gran Terence Fisher nos ofrece una de sus películas más arriesgadas, una nueva vuelta de tuerca en el universo del barón en la que se seguía experimentando con las enormes posibilidades que éste ofrece, desarrollando en cierto modo la idea de “La novia de Frankenstein’, pero yendo mucho más allá. El film de Fisher no posee el lirismo del de Whale, auténtico poeta de la imagen; su visión es una mezcla de decadencia y romanticismo que quedan impresos desde la primera secuencia, en la que un hombre, borracho, es conducido a la guillotina mientras su hijo Hans es testigo de todo, una guillotina que tiene una sugestiva presencia al estar en una encrucijada de caminos, representando los dos caminos que alguien puede tomar, a veces forzado, a veces sujeto a algo que podríamos llamar destino.

El relato, urdido por Anthony Hinds (en una de sus diversas y muy valiosas aportaciones como guionista a los títulos de la factoría –entre otros, firmó los libretos de “Drácula, príncipe de las tinieblas”, “The Reptile”, “El sudario de la momia”, “Drácula vuelve de la tumba” o “El poder de la sangre de Drácula”–, siempre firmando con el pseudónimo John Elder, para distinguirse de su faceta como productor, aún más prolífica) mixtura con tanto desparpajo como agudeza los lugares comunes de lo trágico y lo terrorífico, erigiendo un relato extraño con algunos impensables posos de ternura.

Desde la magistral primera escena que sirve de prólogo a la película hasta un final en el que casi sentimos lástima por la asesina, el talento narrativo de Fisher y los elementos tan característicos de la Hammer consiguen que un argumento realmente salido de madre en muchas ocasiones llegue a ser una gran película, un film a medio camino entre el terror y el romanticismo, sobre el odio y la burla hacia lo diferente. Un film de rara pero poderosa belleza y de un enorme poder de sugestión, y, sobre todo, una fiesta del más puro entretenimiento.
Juan Marey
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