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Voto de Juan Marey:
8
Romance. Drama Una chica conoce a un soldado en la Estación de Pennsylvania en Nueva York. El joven tiene un permiso de 48 horas, tiempo suficiente para enamorar a la muchacha y casarse con ella. (FILMAFFINITY)
13 de febrero de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de comentar esta estupenda comedia sentimental, hablemos un poco de este maravilloso director de cine. Nacido en Chicago y bautizado Lester Anthony Minnnelli, nuestro admirado Minnelli tenía olfato, y sin dudarlo, se apropió del nombre de su padre y su abuelo ambos llamados Vincent. Descendiente de inmigrantes sicilianos dedicados al espectáculo, fue criado entre escenarios por toda América, aunque ello no le impediría acabar los estudios y graduarse en la universidad, si bien tras una breve incursión como obrero en una sastrería, pronto se vio tentado por la farándula. Trabajador infatigable, polifacético y tenaz, Vincente fue asistente de fotografía, ayudante de producción, decorador, figurinista, pintor… En 1935 empieza a dirigir algunos musicales en los escenarios de Broadway. Pero es en 1937 cuando entra en la industria del cine. Hace sus primeros pinitos en la Paramount hasta que Arthur Freed le catapulta a la fama. Este legendario productor de teatro musical en la Metro Goldwyn Mayer le da la alternativa a Minnelli permitiéndole debutar como director en 1942 con “Cabin in the sky”, nunca estrenada en España, salvo en una versión para televisión. El film pasa desapercibido entre crítica y público quizás por tratarse de una producción modesta, rodada en blanco y negro, interpretada íntegramente por negros, entre ellos, eso sí, los célebres Duke Ellington yLouis Armstrong. Ello no impide que la película marque su rumbo cinematográfico, haciendo gala de una tenacidad sin par y apostando por su capacidad y talento como director, se enfrenta con la MGM y junto a la rutilante protagonista de “El Mago de Oz”, Judy Garland, acomete la realización de “Cita en San Luis”. La película se estrena en 1944 y recaba un éxito rotundo. Junto a la actriz, el director consigue dos de sus objetivos, una esposa, se casaría con Judy Garland al año siguiente, y una de sus primeras canciones legendarias, “The Trolley Song”. El resto es historia y no nos vamos a extender en ella, centrémonos en “El reloj”.

“El reloj” supuso el ingreso de Judy Garland a un cine sin música ni canciones de fondo, sólo ella como actriz con sus emociones al desnudo, en una historia real, sin artificio, pero con ensueño. Vemos a un Minnelli capaz de ampliar sus horizontes de autor más allá de los musicales, eso sí, sin perder nunca el ritmo, consolidando no solo una relación fructífera entre actriz y director, sino su propia y compleja historia de amor juntos. Minnelli consigue también rescatar del olvido a un actor atormentado que murió demasiado pronto, el gran Robert Walker, y dejarnos una de esas historias donde unas cuantas horas, los relojes siempre lo recuerdan, suponen toda una vida…

Minnelli, con Nueva York, los sonidos y sus dos protagonistas, más los desconocidos de toda gran ciudad…, logra levantar una preciosa historia de amor urbano. Entre la realidad y el ensueño de dos enamorados construye un poema, porque a pesar de la hostilidad y deshumanización de la gran ciudad, que en ningún momento se evita, se encuentra grandeza en los pequeños gestos y se logra que los protagonistas, Joe y Alice, unan sus destinos… aunque la ciudad los engulla y arrastre. Aunque las horas del reloj pasen, aunque todo juega en su contra, ellos no cejan en su empeño de imprimir un halo especial a su encuentro, no tienen apenas tiempo, la burocracia pone todas las trabas posibles, se pierden ante la marabunta humana y solo se saben sus nombres; las almas solitarias de la ciudad, como un hombre alcohólico, les recuerdan que la vida es triste, ni siquiera saben si recibirán apoyo de los seres más cercanos a ellos… Pero también se topan con aquella bondad de los desconocidos, como ese repartidor de leche de la gran ciudad o todos aquellos que contribuyen, a su manera, a que puedan celebrar una ceremonia imposible, y nada impide que los dos puedan construirse su propio mundo especial e íntimo: en una furgoneta de reparto de leche, en el banco de una iglesia, en un parque o en un museo, en una habitación…
Juan Marey
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