El Hombre Ilustrado, el libro del célebre escritor Ray Bradbury (“Crónicas Marcianas”) no es una novela, sino una recopilación de relatos de ciencia ficción que el mismo autor hilvanó usando a un narrador involuntario: un hombre con el cuerpo lleno de tatuajes (refiérase a ellos como “ilustraciones en la piel”, por favor) de la cabeza a los pies, que al ser observados por un tercero, por arte de magia “cobran vida” y relatan infinitas historias ambientadas en el pasado o el futuro.

Los cuentos se internaban en la exploración de la naturaleza humana, cosa habitual en su autor, e incluían a “Caleidoscopio” la narración sobre unos astronautas que caen hacia la atmósfera terrestre luego de un accidente aeroespacial, idea que sirvió de inspiración para el momento final de “Dark Star” de John Carpenter y, dicen algunos, también de la “Gravity” de Alfonso Cuarón.

No era un gran libro, pero por sus características literarias mucho menos podía ser una buena película, y aquí tuvieron la mala idea de adaptarlo a la pantalla. De los dieciocho cuentos incluidos en el original, este film toma apenas tres, y justamente no son de los mejores: “La Pradera”, sobre un cuarto virtual para divertir a niños que empieza a atemorizar a los padres; “La larga lluvia”, sobre un grupo de atronáutas perdidos en las junglas de Venus donde llueve torrencialmente y sin cesar durante todo el año; y "La última noche del mundo", donde el planeta entero despierta con la noticia de que el fin del mundo ocurrirá esa misma tarde.

El director decide usar a los tres mismos actores para representar los papeles de los tres relatos, a la vez que extiende y desarrolla innecesariamente la historia del encuentro entre El Hombre Ilustrado y su eventual amigo, que en el libro era apenas un nexo breve. El resultado es una película confusa y que no encuentra nunca el rumbo.

Saludos,
Pablo.

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