La acción arranca en un orfanato para niñas en algún lugar de la Inglaterra del siglo XIX, donde las encargadas del lugar aparte de ser sumamente crueles con las huérfanas, se dedican a venderlas a unos siniestros personajes, los cuales se las entregan a un desfigurado mad doctor, el cual tras hurgarlas el cerebro, las mata a su manera (el médico firma el certificado de defunción dando como causa de la muerte parada cardiaca) y tras ser enterradas las hace volver a la vida convertidas en una especie de zombies sexuales (eso sí, tan guapas como cuando estaban vivas, ni descomposición ni nada que se le parezca).
Sylvia (una jovencísima y guapa Victoria Vera) es manipulada por el mad doctor de marras, dandose la circunstancia de que su intima amiga Leonor (Sandra Mozarowsky, la chiquita aquella argentina que se suicido a los 18 años arrojándose al vacío desde un sexto piso, allá por el año 80) pone sobre aviso a la policía tras cruzarse con ella cuando ya había sido enterrada.
Con una conseguida atmosfera gótica (rodada parte en Madrid y parte en un Toledo que da el pego de forma magnífica como un tétrico Londres) y un casting que realiza un buen trabajo, una sobria y voluntariosa dirección por parte del magnífico y ecléctico, Pedro Luis Ramírez, aunque durante la primera parte apunta alto como película de terror, el añadido de la investigación policial y el laberinto de ambiciones y pasiones de los malvados, dan como resultado una muy curiosa y más o menos entretenida muestra de terror gótico hispano, recordándonos en bastantes fases del metraje a “La residencia 1969” de Narciso Ibáñez Serrador y a las películas de la Hammer.