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Voto de Jean Ra:
6
6,8
303
Comedia. Drama. Bélico
A principios del verano de 1999 la guerra de Kosovo está a punto de acabar. Un tren de la OTAN transporta equipamiento y soldados, a través de Rumanía, hacia la frontera serbia. Al frente del convoy están el capitán del ejército estadounidense Doug Jones y el sargento David McLean, su mano derecha. El tren debe parar en una aldea rumana, pero el jefe de estación, al que odian sus vecinos por sus turbias actividades económicas, se opone ... [+]
4 de diciembre de 2008
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que creo que hace mejor esta película es, ya puestos a repartir, dar para todo el mundo. Utilizaré el apartado de "spoiler" para "splicarme" al respecto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El peor de todos parece ser el alcalde, que se escuda hipócritamente en una foto que testifica un antiguo acto de hospitalidad con un piloto aliado derribado para hacer que sus paisanos acojan a los soldados que están de paso, a ver si pueden poner pasta en el pueblo y él sacar tajada del asunto, pasando olímpicamente de ayudar al convoy de la ONU. Sin embargo, finalmente su interés no es tan pernicioso. Entonces parece que el malo maloso es el jefe de estación, al que las normas en el fondo se la pelan guapamente, no en vano él también realiza sus trapicheos con el contrabando, cómo bien se ve al principio de la película, pero se aferra a las normas para tomarse su particular ajuste de cuentas contra los americanos, libertadores oficiales del mundo, por no haber intervenido cuando en el pasado se les necesitó, ya fuera con los alemanes, los rusos o los propios compatriotas comunistas. Pero al final se ve que los peores terminan siendo los de siempre, los americanos, y no los soldados, ocupados únicamente en echar un polvete con las lugareñas mientras es posible, si no el capitán, que viendo que la cosa no progresa, decide enfrentar a los bandos del pueblo y que se maten entre ellos, cómo ya hicieron en Irak, Afganistán u otros tantos países de África. Y mientras tanto, en Sarajevo, deben estar soñando con el puñetero radar que nunca llega.
Dado que no se casa con nadie, la parte alegórica de la película termina siendo lo más interesante y precisamente por eso, una de las cosas que no cuajan en la película son las historias personales de los soldados, la hija del jefe de estación y otras tantas que se van colando por ahí para sumar minutos y distraer la atención. Otra serían esos flash-backs nada convincentes, que no explican nada que luego, cuando la muchacha habla de su padre al solado, no quede bien claro. Además, son una contradicción al lenguaje hiperrealista que adopta la película (mucha cámara al hombro, la música sólo entra cuando suena en la acción) y no quedan nada bien. Eso bien lo sabe Eric Rohmer, que nunca ha utilizado un solo flash-back en su carrera.
Y por esta vez, el reverencial respeto hacia el trabajo del malogrado director no se traduce en un acierto pues el montaje del filme lo entorpece sustancialmente. Le sobran bastantes minutos, vemos demasiadas escenas de festejo que ni alimentan ni engordan, conversaciones de pegote y relaciones de relleno. Con una mínima capacidad de síntesis, la película no sufriría altibajos tan estomagantes y dejaría un sabor de boca mucho más grato, pues a mí por lo menos me ha resultado agridulce.
Involuntariamente la película también podrá servir de precedente para productores malintencionados obsesionados con adulterar el trabajo de los directores y deformarlos en meros objetos de consumo industrial.
Dado que no se casa con nadie, la parte alegórica de la película termina siendo lo más interesante y precisamente por eso, una de las cosas que no cuajan en la película son las historias personales de los soldados, la hija del jefe de estación y otras tantas que se van colando por ahí para sumar minutos y distraer la atención. Otra serían esos flash-backs nada convincentes, que no explican nada que luego, cuando la muchacha habla de su padre al solado, no quede bien claro. Además, son una contradicción al lenguaje hiperrealista que adopta la película (mucha cámara al hombro, la música sólo entra cuando suena en la acción) y no quedan nada bien. Eso bien lo sabe Eric Rohmer, que nunca ha utilizado un solo flash-back en su carrera.
Y por esta vez, el reverencial respeto hacia el trabajo del malogrado director no se traduce en un acierto pues el montaje del filme lo entorpece sustancialmente. Le sobran bastantes minutos, vemos demasiadas escenas de festejo que ni alimentan ni engordan, conversaciones de pegote y relaciones de relleno. Con una mínima capacidad de síntesis, la película no sufriría altibajos tan estomagantes y dejaría un sabor de boca mucho más grato, pues a mí por lo menos me ha resultado agridulce.
Involuntariamente la película también podrá servir de precedente para productores malintencionados obsesionados con adulterar el trabajo de los directores y deformarlos en meros objetos de consumo industrial.