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Voto de Luis Guillermo Cardona:
6
Drama El joven hijo del Zar Nicolás II es querido por los suyos y por el pueblo. Ahora bien, está aquejado de hemofilia. El sacerdote Rasputin, quien le salva de una grave herida ante la sorpresa de los impotentes médicos, se ganará la confianza de la Zarina. (FILMAFFINITY)
29 de octubre de 2014
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los medios de comunicación, aquellos que deberían asumir como principio sagrado y con profundo orgullo la búsqueda y difusión de la verdad, en muchos casos -con demasiada y deplorable frecuencia-, no son más que instrumentos que sirven al mejor postor… y dirán la verdad cuando la encuentren conveniente, pero también la mentira cuando alguien pague. De esta manera, lo antes llamado medio de comunicación, se convierte de un momento a otro, en un penoso medio de manipulación.

Cuando la información va de occidente a oriente, pero sobre todo, cuando la dirección es de oriente a occidente, es bien frecuente que ésta pase por manos inescrupulosas y perjuras, que le dan un giro de vuelta completa al momento de transmitir o imprimir ciertos mensajes. Y cuando un personaje no conviene a ciertos sectores, será difamado y tergiversado a como dé lugar.

En mi ‘biblia’ cuando ejercía el periodismo, “Géneros periodísticos informativos” de Carl N. Warren, hay una frase que la introyecté como regla de oro de la profesión: “La primera obligación del periodista es transmitir las noticias con exactitud y honradez, sin prejuicios ni opiniones personales”. ¿Cuántos periodistas –me pregunto ahora- asumen esta regla con el debido rigor? ¿Cuántos han terminado vendiendo su alma para conservar su puesto? ¿Y de qué sirve obtener el éxito si se ha perdido la paz interior?

En todo ese mundo de la política, los complots de palacio, los desbordados afanes armamentistas, la ambición de poder… resultó profundamente incómodo un personaje como Grigori Yefimovich (1869 - 1916), cuyo primer “pecado” fue el haber sido campesino siberiano y no haber tenido acceso a la educación institucional, bandera con la que se subestimó aquella formación experiencial y autodidacta que lo convirtiera en un gran orador, un probado sanador y un hombre de sugestiva fuerza espiritual, cualidades con las que llegaría al mismísimo palacio de los zares donde se convertiría en un personaje de altísima influencia, lo que jamás lograron otros con más alto linaje, “mayor cultura” y mejores aromas.

Llamado Rasputin (transcripción de Распу́тин) = pilluelo, que derivaron luego en depravado o pervertido para procurar su condena, Yefimovich era prácticamente impotente –lo afirman sus más serios investigadores, el psiquiatra Alexandr Kotsiubinski y su hijo, el historiador Daniil- y en sus ocasionales relaciones con prostitutas o con las esposas de los hombres de palacio, no pasaba de las caricias o de algún beso fugaz. Y está ya demostrado que, los tantos enemigos que Yefimovich consiguió granjearse en la duma (senado) y entre la aristocracia, hasta el punto de envenenarlo y asesinarlo a sangre fría, obedecieron a dos razones fundamentales: Querían arrebatarle el poder adquirido con los Romanov y sus profundos afanes pacifistas se avenían en detrimento de los mezquinos intere$e$ en la guerra que, la duma, junto a ciertos aristócratas, tenían entre ceja y ceja.

El filme, “RASPUTÍN Y LA ZARINA”, que por encargo terminara Richard Boleslawski, en reemplazo de Charles Brabin quien ya había rodado un buen número de escenas (que fueron incluidas), es otro producto -made in Hollywood- hecho con el propósito de falsificar la historia, pues tras el fusilamiento del zar y su familia por parte de los Bolcheviques, cualquier cosa que se hiciera para desprestigiar a estos y favorecer los intereses del capitalismo, era bienvenida. Por tal razón, esa imagen tan deplorable de Rasputin y la tan indulgente de los Romanov… Y claro, la película fue un gran éxito de público, pues es con esta suerte de materiales que los estadounidenses (y sus simpatizantes) aprenden “historia”.
Luis Guillermo Cardona
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