No es una película. Es como si encendieras la tele, el aparato enloqueciera, y te pusieras frente a ella los poco más de ochenta minutos de publicidad y programas. Antepongo publicidad a programas por razones que no vienen al caso. De visión obligada si quieres ver el más allá de una comedia; me refiero a sátira pura y dura. Puterío y mala leche unidos. Es un desglose de desmadre. O un desmadre de desglose. Un frenesí de situaciones mediáticas argumentadas como "gags" del estilo de vida americano de los ochenta.

Advierto que no todos los gags son de risa fácil. "Amazonas en La Luna" es para los americanos lo que "El Sentido de la Vida" de los Monthy Phyton fue para los ingleses y el resto de europeos.

El capítulo de Arsenio Hall en un apartamento que cree que es suyo es una fervorosa crítica a la sociedad de consumo en la edad de piedra de IKEA. O en el que aparecen Michelle Pfeiffer y Peter Horton como confusos padres de un muñeco míster Potato (indirecta alusión al primitivo concepto que tienen los estadounidenses sobre la salud pública) y la tórrida sátira a lo Playboy donde la chica en cuestión se pasea sin pudor por los rincones más rancios de la era reaganiana (un holiday inn o una iglesia presbiteriana, por ejemplo) cuando, por norma debería hacerlo en la típica granja donde se crío o en los vestidores de majorette.
La película que se debería ver en cuestión, y que lleva el título del film, acaba en un segundo termino machacado por unos agresivos spots publicitarios tan absurdos como surrealmente divertidos.

Y, como no, el absorbente mando a distancia que, como la televisión, lo engulle todo.