¿Cuándo se perdió el sentido de la maravilla en el cine? ¿Fue el cine el que lo perdió o fuimos nosotros al hacernos mayores? ¿Porqué "Los Goonies" sigue transportándonos a largas tardes de tele y nocilla mientras que olvidamos "Transformers" en el mismo momento que empezamos a verla?

Para empezar a buscar las respuestas, primero hay que diferenciar los términos de "aventura" y "espectáculo". A veces, una aventura es espectacular, pero difícilmente un simple espectáculo puede llevar consigo la esencia de la aventura. Con el tiempo y la tecnología, las historias han ido cediendo paso a parafernalias más complejas y costosas que con la excusa de materializar nuestros sueños de la forma más realista posible, nos condenan a abandonar nuestra imaginación en los áridos territorios de los efectos especiales. Pero sigue sin poder explicarse porqué esas maquetas de la Guerra de las Galaxias, por ejemplo, nos conmueven mil veces más que el más perfecto de los dragones digitales.

Algo se ha perdido, pero no irremediablemente: a tiempos desesperados, volver la mirada atrás puede revelar grandes sorpresas. Como esta adaptación de uno de los más apasionantes libros de aventuras que existen, la "Ella" de Henri Rider Haggard. Es la historia de una desesperada expedición a una ciudad secreta y fabulosa para encontrar el misterio de la llama de la vida eterna. Expedición que por supuesto tendrá todos los peligros y dificultades que puedan anhelarse en una película de verdaderas aventuras. Desde el comienzo -impecable y británico- hasta el final, "She, la diosa de fuego" es una lección ejemplar de cómo hacer cine de género entretenido, con buena base literaria y con personajes, como el de Ella, llenos de sugestión y misterio.

Por ponernos detallistas, los diálogos y los caracteres de los aventureros rozan lo penoso (la tal Tania parece borderline) lo cual aleja a la película de poder convertirse en un clasicazo, pero sigue siendo una delicia total. Simplemente, cine de aventuras de verdad. De los que te provocan unas ganas tremendas de ser británico, pillar el salacot y el rifle e ir a, yo que sé, África, a buscar civilizaciones perdidas...