George Marshall está reclamándome su merecida revisión. Y es que el director de Arizona (Destry Rides Again) y partícipe en la epopeya del western que se llamó La conquista del Oeste se la ha ganado por mérito propio. Y ese repaso concienzudo que vengo dando a la filmografía de Gordon Douglas procuraré que tenga su punto y seguido con la de Marshall.

Esto no significa que Los peligros de Paulina sea una obra maestra. No. Pero deja muy buenas sensaciones. Claro que, en esto de las sensaciones influyen factores de lo más diverso. Por ejemplo, el hecho de que Los peligros de Paulina, además de ser el título de esta película es el de una serie de películas de los años 10 donde se narraban en formato de gran pantalla silente las arriesgadas aventuras de una rica heredera, papel que interpretaba Pearl White, y que, al estilo Buster Keaton, rodaba ella misma las escenas más arriesgadas. Cine dentro del cine a lo Truffaut, pero cine de pioneros, de gesticulaciones, de di lo que quieras pero mueve los brazos cuanto más exageradamente mejor.

Y en el papel de Paulina, o mejor en el de Pearl White, que viene a ser lo mismo, una prácticamente desconocida Betty Hutton a la que únicamente los cinéfilos de pro y con pedigrí probablemente recuerden. Evidentemente, los mismos arqueólogos del cine que recordarán a Pearl. Bueno, a partir de hoy, me podré sumar a sus filas, porque su trabajo es muy correcto y sabe darle a su interpretación un punto de estridente énfasis que infunde alegría y vitalidad a la película y que nos hace sonreír, incluso más de lo que a priori se presumía.

Los números musicales se intercalan con escenas de acción a lo Paulina y también con escenas donde, en distintos platós, aquellos locos con sus estrafalarios cacharros, creaban historia. La historia de un cine que ya le estaba robando el sitio al teatro, a las bambalinas y a las sesiones diarias. Cine rápido, una peli por semana, como las series televisivas no de ahora sino de hace unos cuantos años. Y entre música, canciones y esa historia de amor que se supone que exige la audiencia pero de la que hubiese podido prescindirse se pasa un rato entretenido con momentos cómicos bien conseguidos e incluso alguno notable, como la interrupción de los distintos y simultáneos rodajes, león incluido.

John Lund (La vida íntima de Julia Norris) un tanto sosaina y Constance Collier espléndida en un papel de señora del teatro añeja pero con solera completan un reparto donde el desparpajo de Betty Hutton despunta claramente sobre todo lo demás.