Qué hermosa... Mientras transcurre plácidamente una historia de aventuras tratada de manera realista (qué congoja cuando el rescatista lleva a los padres a ver los espesos y extensísimos bosques canadienses para que entiendan por qué la búsqueda es tan complicada, y a la madre se le llega a cortar el aliento al verlo), observamos la naturaleza y el paisaje, sobrecogedores y a la vez hipnóticos... Es extraño observar tal contraste entre esa inmensa belleza y la triste dureza que ella misma encierra: es increíble vivir entre la naturaleza y vivirla, pero cuando quiere, te puede hacer daño de forma implacable... Dos lados de la misma moneda.

Es, en teoría, una película para niños. Pero creo que debe ser mucho más que eso. La vi por primera vez de pequeña, y recuerdo que me pareció una de las películas más fascinantes que hubiera visto en mi corta vida: era la viva imagen de mis fantasías aventureras más salvajes, con perro y todo. Y la estética me había encandilado a más no poder.
Hoy en día, me da un poco igual la aventura en sí. Pero la psicología de los personajes, nada caricaturizados sino que con mucho sentido común y unas interpretaciones contenidas a la par que conmovedoras, me parece muy interesante y digna de ser observada; los paisajes, como ya he mencionado, son soberbios y nunca me canso de mirarlos, un maravilloso telón de fondo para la película... Hacen que te enamores de Canadá. Y, desde luego, pese a haber visto muchas más películas a lo largo de décadas, ésta no ha perdido su capacidad de fascinarme en lo más mínimo.
No sé, es una película más seria y hermosa de lo que pudiera parecer, y siempre tendrá un hueco en mi corazón de cinéfila.