Roy Rowland era un mal director. Dan Dailey tenía menos carisma que una plaga de topillos en un campo palentino, el guión de Isobel Lenart parece patrocinado por al oficina de turismo de Las Vegas y encima la película dura casi dos horas... ¿Que tiene entonces esta peli tan rematadamente floja, tópica y blandengue para ser tan relevante dentro del género musical? Pues la tiene a ella, a Cyd Charisse, que cuando sale en pantalla ilumina tanta desidia, y cuando baila uno se olvida de todo... Cyd Charisse, bailarina y presencia mítica en la historia del musical (osea dentro del cine clásico con mayúsculas) demuestra aquí como es capaz de sublimar la mediocridad y dar brillo a tan inesperada mezcolanza de lugares comunes. Además también ayuda, y mucho, la presencia de la gran actriz secundaria Agnes Moorehead, lo demás para ser sincero es prescindible. Pero Cyd Charisse ya es leyenda, y si una película está hecha, como es el caso, para su lucimiento (poco más había que lucir la verdad) aunque sea en clave menor, no puede por menos que considerarse un clásico.