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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
4
6,7
1.066
Documental Película documental sobre los últimos días del gran director de cine americano Nicholas Ray, conocido por films como "Rebelde sin Causa" o "Johnny Guitar". Cuando se estaba muriendo de cáncer, Ray se negó a ir a a un hospital y prefirió quedarse en su loft de Nueva York, rodeado de sus mejores amigos. Wim Wenders conoció a Nicholas Ray en 1976 durante el rodaje de "El Amigo Americano". "Sabía que quería trabajar y morir trabajando" dice ... [+]
29 de enero de 2012
45 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien ha pasado alguna vez por el trance de ver morir a un ser querido tras una larga enfermedad sabe que lo peor en estos casos no suele llegar en el momento de su muerte, sino mucho antes, cuando aquella persona empieza a dejar de ser quien fue y se va convirtiendo en alguien completamente distinto, cuando la enfermedad le consume y desfigura hasta el punto de borrar la imagen que de él teníamos y pretendíamos conservar. La muerte, cuando llega, es más un alivio que una tragedia, y viene muchas veces demasiado tarde, cuando la imagen de aquel a quien conocimos un día ha sido ya suplantada por la máscara del moribundo, ese impostor recién llegado a quien acabamos deseando no haber conocido jamás.

De hacer caso a lo que el propio Ray dice en una escena de esta película, “Relámpago sobre agua” vendría a hablar de un hombre que quiere encontrarse a sí mismo antes de morir. Roído por un cáncer de pulmón que lo estaba llevando al galope a la tumba, Ray habría aceptado exhibir públicamente la miseria física de su agonía ante una cámara, con la intención de fundir, en un último gesto de creador comprometido con su arte, su propia vida y el oficio que le había convertido en uno de los directores de Hollywood más admirados en Europa.

Ésta no es, sin embargo, sino una más de las muchas leyendas cursis que rodean el mundo del arte. Lo que hay aquí es una peli técnicamente pedestre, muy cercana en espíritu a la casquería con ínfulas de “Holocausto caníbal” y rematada con un asqueante cruce entre cine-club y guateque, en el que el equipo técnico de la película, entre risas y chascarrillos, se casca unos lingotazos a la salud de su ombligo en presencia de las cenizas aún calientes de Ray. Todo es jolgorio y cachondeo. Todos tienen a punto una frase digna de ser grabada en mármol. Que si actuar todo el rato le había mantenido con vida. Que si habría muerto antes de no ser por la película. Que si su muerte había sido su último trabajo como director. Qué coño, brindemos por él. Lo felices que están porque el fiambre les había durado lo suficiente para sacar unos buenos metros de celuloide. Qué chollazo el abuelete este, vienen a decir, y qué grandes artistas somos nosotros, que estábamos allí para sacar petróleo de sus células podridas.

Escuchad las patéticas autojustificaciones edípicas de Wenders y sus gimoteos de plañidera. Vedle cerrar los ojos ante un estertor de Ray. Vedle cotilleando sus diarios o paseando a su mona esposa para que se eche unos gallos. Aguantad esos ocho minutos en primer plano y a cámara fija en los que un anciano moribundo es espoleado a hablar entre esputos, toses, espasmos y canturreos enajenados. Recordad quién montó la película, contraviniendo la idea original de Ray, y se reservó el papel de narrador y coprotagonista, esto es, de heredero del legado del muerto. Entonces sabréis, sin ningún género de dudas, cuál es la auténtica máscara que muestra la película y quién el impostor que hay detrás de ella.
Normelvis Bates
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