Está claro que la adaptación fantasea con invenciones románticas que quedan muy lejos de la vida real de ese hombre tan singular que fue Vidocq. Aquí es presentado como un ladrón elegante y ocurrente, capaz de enamorarse hasta tal punto de una joven con la que se ha cruzado contadas veces sin mediar siquiera palabras que está dispuesto a reformarse de la noche a la mañana.
El guión es muy elegante, ofrece unos diálogos ingeniosos cargados de ironía y situaciones muy entretenidas que, sin embargo, pecan ligeramente de ingenuas y edulcoradas. El casting no es malo del todo, pero la caricaturización de Emile –cejijunto, con una cara que en ningún momento encarna la maldad que se pretendía– choca lamentablemente con una lucha final seria que podría haberse resuelto mejor. De todas formas, la ridiculización de otros personajes es muy graciosa, como cuando el jefe de policía destituido demuestra su incompetencia al disfrazarse llamativamente para espiar de cerca de su esposa –no se le ocurre otra cosa que cargarse a la espalda una montaña de jaulas con pájaros vivos y ponerse una barba postiza que le queda tan grande que no le tapa el rostro–.

¡Ay, qué triste es verla relegada al olvido!