Por mucho que se publicitase en su día con el manido basado en una historia real, la manera en que está contado este discreto drama carcelario resulta fallida.

A los errores de bulto, como que ambos fugitivos luzcan apurados afeitados y aparezcan repeinados después de varios días prófugos en los que tampoco sabemos cómo se alimentan, se añade el hecho de la falta de credibilidad del personaje encarnado por Mel Gibson.

No sabemos cómo un delincuente de su categoría tiene ese don para la poesía y tampoco Gibson, por muy atractivo que sea, sabe transmitir la ternura necesaria para convencer como sí lo hace su compañera Diane Keaton.

El personaje del marido de Keaton y el hermano de Gibson, un cuasi debutante Matthew Modine, están bastante desdibujados, sobre todo el marido del que no se ofrecen detalles sobre su personalidad o comportamiento que inciten a su mujer a abandonarle por un convicto, tan cristiana como es ella.

En definitiva se trata de una historia en la que fallan los personajes. No resultan creíbles.