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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
6
Thriller. Drama En 1828, dos hermanos luchan por la mansión familiar. Cuando el padre de ambos muere, un hermano acusa al otro de asesinato... (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siete torres es un tremebundo melodrama gótico que transita los senderos de Cumbres borrascosas, Jane Eyre o Rebeca. Está basada en un novelón de Nathaniel Hawthorne que no he leído, y que imagino bastante mejor que la película, más centrado en la crítica de unas gentes y unas costumbres que en las cuitas amorosas de los protagonistas (aunque también). Fue dirigida por Joe May, uno de los fundadores del cine alemán y mentor de Fritz Lang. Con la llegada de los nazis huyó a Estados Unidos, donde dirigió lo que pudo, poco y regular. Además, no se preocupó de aprender demasiado bien el inglés, tenía un carácter dictatorial y los actores le odiaban. En Siete torres tenemos a un malvadísimo abogado (George Sanders), que para apoderarse de la mansión familiar y del tesoro que encierra (supuestamente), no duda en mandar a la cárcel a su propio hermano (Vincent Price), mientras la amada de éste (Margaret Lindsay) espera, espera y espera... durante 20 años. Cuando regresa, el hermano malo, a quien el testamento del padre ha expulsado del hogar, pone de nuevo en marcha sus maquinaciones... Caserones misteriosos, tenebrosas conspiraciones, amores arrebatados, tesoros escondidos, toda la parafernalia gótica se manifiesta en una trama apretada (ha de condensar en 90 minutos un novelón de tomo y lomo), que Joe May filma con elegancia pero sin la menor emoción, pese a la excelente fotografía de Milton Krasner y la exuberante música de Frank Skinner. Price se apodera de la función sin el menor esfuerzo, mientras que Sanders, por una vez, se ve descolocado e incómodo en su papel (algo ridículo y extremado en ocasiones). Los secundarios aportan su buen hacer, y todo desprende un tufillo a naftalina que sólo los amantes del cine clásico podemos soportar sin marearnos. Ejemplo de un cine jurásico, pero siempre bien realizado y trabajado, capaz de deparar una buena velada. En su brevedad estriba su mejor virtud. Se acaba antes de agobiar.
Eduardo
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