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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
8
Drama. Romance John Gaylord, un científico que padece epilepsia, alquila una casa en la costa de Florida a Ann Gracie, una viuda que sostiene que aún oye la voz de su difunto marido. John conoce al artista C. L. Shawn y a su mujer, que son amigos de Ann. Aunque John ha ocultado su epilepsia, Shawn la descubre accidentalmente. Cuando John se enamora de Ann, su médico le aconseja que le cuente la verdad sobre su estado de salud, pero él prefiere romper ... [+]
30 de septiembre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso que esta película no goce del prestigio que merece, al menos vista hoy, 65 años después de su filmación. Segundo título de Don Siegel, después de la resultona The Verdict, cinta muy correcta pero que habría podido rodar cualquier otro estajanovista de la Warner Bros., Almas en tinieblas rezuma personalidad desde el largo travelling que abre la historia. La cámara se va acercando lentamente desde el mar hasta el caserón tenebroso que se alza al borde del agua y penetra en la mansión donde habita Ann (sublime Viveca Lindfors), que a veces oye la voz de su marido fallecido durante la guerra, aferrada a unos recuerdos tan fantasmales como el propio edificio. Llega otra alma atormentada que desea alquilar la casa, un bioquímico afecto de epilepsia que aspira también a aislarse del mundo (Ronald Reagan, impasible el ademán). Nos encontramos en una Florida como pocas veces se ha visto en el cine, pues en ocasiones resuenan ecos de Cumbres borrascosas, Rebeca e incluso I Walked with a Zombie, tal es el ambiente sepulcral, casi hechizado, que proyectan las imágenes. Dicen las crónicas que Siegel se enamoró de Lindfors durante el rodaje, contra la cual se casó al finalizar el rodaje. Y eso se nota en el modo en que la cámara acaricia y mima a la actriz, un trabajo notable de Peverell Marley, director de fotografía que nunca gozó del prestigio de otros contemporáneos suyos como Nicholas Musuraca, Russell Metty o Stanley Cortez, pero que aquí consolida con sumo gusto el romanticismo desaforado de la obra. Como cabía esperar, Franz Waxman aporta una banda sonora arrebatada y arrebatadora que te transporta a lugares brumosos y envueltos en la leyenda. No olvidemos la buena labor de los secundarios, en especial la de Broderick Crawford como pintor inquieto que, no obstante, ha de ganarse la vida con ilustraciones para revistas y periódicos bien pagadas. Una obra que urge revisar cuanto antes.
Eduardo
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