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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
4
Aventuras. Acción El caballero Riccardo D'Arce, aborrecido por el anciano duque Ambrogio di Pallanza, se ve obligado por éste a vivir confinado en sus tierras, pero frecuenta secretamente los hijos del duque, Ciro, de dieciséis años, y Bianca, una bella doncella de veinte, de la cual está enamorado. (FILMAFFINITY)
2 de junio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película pertenece al género que los niños de los 60 llamábamos "de espadas": Edad media, suntuosos o lóbregos castillos, combates singulares, duelos a espada, señoras estupendas muy escotadas. Los italianos se hartaron de copiar el modelo estadounidense, en su estilo más pobretón y rústico, y animaban nuestros programas dobles en el cine del cole o en el de reestreno de la esquina. La fórmula era sencilla: se fusilaban algunos clásicos, se importaba alguna estrella de Hollywood en decadencia, y a rodar. Pino Mercanti filmó otras dos, además de ésta (El duque negro y Il vendicatore mascherato), con Cameron Mitchell en la primera y Guy Madison en la segunda. Para la que nos ocupa contrató a Lex Barker, ex Tarzán, a la sazón dando vueltas por Europa tras el escándalo de su divorcio de Lana Turner, que fulminó su carrera en la Meca del Cine. Curiosamente, fue en Alemania donde alcanzó una popularidad extrema gracias a su personaje de Old Shatterhand, de la serie basada en las novelas de Karl May. El caballero de los cien rostros nos presenta a Barker (apuesto mozo, pero de una inexpresividad escalofriante) como Riccardo d'Arce, acusado de graves tropelías por el duque Ambrogio, quien está ansioso por desposar a su hija con el malvado conde Fosco (Livio Lorenzon en su papel habitual). Pero hete aquí que Riccardo ama también a la desdichada duquesita, y con la ayuda de unos cuantos adláteres y una gitana a la que todo el mundo se quiere tirar, cosa de lo más natural, acabará con los malos y proclamará su inocencia. La cinta avanza a sacudidas, filmada en bonitos paisajes naturales, con esas escenas de acción en las que se nota la falta de un buen maestro de esgrima, porque los extras hacen lo que les sale del nabo, con perdón, y uno echa de menos a Richard Thorpe o Henry Hathaway, que sabían lo que hacían. Lo de que tirarse a la gitana sea la cosa más natural del mundo, antes de que las lectoras feministas se pongan de los nervios, se debe al atavío y las maneras de la susodicha en cuestión, Liana Orfei, morruda y maciza muchacha que se pasea, en 1960, con una raja en la falda hasta el triángulo de las desnudas, y unos escotes que apenas pueden contener lo que deben contener, mientras flirtea descaradamente con todos los ganapanes que se le ponen a tiro. Claro, es gitana, y la presentan como medio puta, o del todo. En cualquier caso, Liana Orfei es la que anima la función, y a ella se deben los cuatro puntos, porque si no serían menos. Por lo demás, un ejemplo preclaro de un género muerto y enterrado.
Eduardo
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