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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Musical. Fantástico Mary Poppins (Emily Blunt) es la niñera casi perfecta, con unas extraordinarias habilidades mágicas para convertir una tarea rutinaria en una aventura inolvidable y fantástica. Esta nueva secuela, vuelve para ayudar a la siguiente generación de la familia Banks a encontrar la alegría y la magia que faltan en sus vidas después de una trágica pérdida personal. La niñera viene acompañada de su amigo Jack (Lin-Manuel Miranda), un optimista ... [+]
27 de diciembre de 2018
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un momento dentro, y ya hemos vuelto a ese Londres encantado, donde el farolero Jack nos da la bienvenida a bordo de su bicicleta, cantando a un cielo nublado al que no dejan ser plomizo.
Me siento como si estuviera entrando en un cuadro de vivos colores, de esos que exhibía Bert en la acera, solo que esta vez no son portales hacia animales parlantes.
En esta ocasión, todo londinense en la ciudad participa de esa vibración contagiosa, de ese sentir olvidado años atrás, por el cual todos estamos a punto de entonar la siguiente estrofa, y arrancarnos a bailar con las farolas como único foco principal.

'El Regreso de Mary Poppins' es, como ya lo fuera su predecesora, un poderoso antídoto contra tiempos deprimentes, pero no estoy seguro de si mucha gente apreciará lo especial que es su mayor cualidad.
Está plagada de pura alegría, sin cinismo ni falsedad, llevada al extremo maravilloso en que deja de ser impostada, y se convierte en un filtro que transforma para mejor cualquier aspecto del día. Si existiera algún problema en eso, dijo Mary que con un poco de azúcar tragaremos la píldora que nos dan, pero yo más bien creo que con una Emily Blunt y un Lin-Manuel Miranda en la cumbre de su talento puedes despreocuparte de que no logres atravesar la pantalla.
También hay latidos del original aquí y allá, frases o imágenes que se desperdigan entre ambas, y nada será capaz de sustituir a Julie Andrews o Dick Van Dyke, pero el espíritu de diversión sigue ahí, tan fresco como si no hubieran pasado las décadas.

Los hijos de los Banks están en problemas... otra vez: por si hacía falta recordarlo, esto no va para los niños que ya chorrean imaginación, sino para los adultos vencidos por la apatía.
Por eso, en un cambio de viento, Mary Poppins desciende al suelo para cambiar una vez más la forma de ver nuestras cosas, y demostrarnos que el único obstáculo a superar es nuestra manía de reducir las cosas al absurdo, como si un baño tuviera que servir solo para limpiarse, y no para viajar a un fondo submarino de barcos con tesoro o delfines saltarines.
Con la sombra del desahucio sobre su hogar familiar, ausente la madre que les debería enseñar y abrumado el padre que ha preservado el bigote y preocupaciones del abuelo, Anabel, John y Georgie Banks aprenden a comportarse gracias a la prácticamente perfecta Mary, pero ella misma tiene muy claro que tampoco está reñida la compostura con un poco de sana tontería.

Precisamente, uno de los muchos dulces detalles que atesora esta secuela son las caras de visible emoción que muestra ¿Mary o Emily? cada vez que los niños no pueden verla: al principio podrá parecer que la inagotable institutriz está más hueso que de costumbre, pero es simplemente porque las normas establecidas dejan de ser ataduras cuando se dicen mediante guantes de lunares, sombrero rojo y paragüas parlante a juego. O en otras palabras, la desgracia es pequeña si en vez de enredarnos en su cadena podemos saltar a la comba con ella.
Es tal vez a mitad de camino, pasados los bailes en el cabaret de la ensaladera, o visto que el mundo panza arriba puede ser oportunidad para lo que se quiera, que te das cuenta de que esto no iba por los niños, pero tampoco por el Sr. Michael Banks.
No, esto va para el público infantil que Mary Poppins cuidó allá en su momento, que recuerda con nostalgia cómo nos velaba a la hora de dormir, y hasta que vemos esta secuela no nos damos cuenta de cuántas pocas cosas han habido que se le parezcan.

Desde luego, los niños están invitados a bailar bajo esta luz junto a nosotros, pero ellos ya la tenían, y espero que sigan conservándola gracias a propuestas como esta.
Yo, por mi parte, echaba de menos perderme en el parque e iluminar la noche con los faroleros.
Sí, siempre quise apagar el Big Ben, para ver si podíamos vivir por una noche sin contar los minutos, aunque hasta ahora no lo sabía.
Y voy a coger un globo, porque me apetece, y es el mayor acto de rebeldía ante miradas que me juzgan poco niño.

Sí, es probable que sean los mismos golpes, las mismas canciones o las mismas gracias, un poco disfrazadas.
Pero una mirada inesperadamente melancólica de Mary Poppins basta para recordarme que esto es un ciclo, y al igual que ella volverá al cielo, habrá tiempos en los que necesite un poco de esto, mucho.

Mi niño interior dejó dos peniques para las migas de pan, a inversión imaginada, y el adulto que soy se ha encontrado un tesoro escondido.
Es fantástico albergar diversiones que nunca tienen que cobrarse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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