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España España · Madrid
Voto de Charles:
6
Drama. Comedia Belle Époque. El payaso Chocolat (Omar Sy), el primer negro que trabajó en un circo francés, tuvo un enorme éxito a finales del siglo XIX. Fue también el primero en hacer publicidad, el que inspiró a otros artistas de la época como Toulouse Lautrec o a los hermanos Lumière participando en varias de sus primeras películas. Él y el payaso Foottit (James Thierrée) fueron pioneros en la creación de un dúo entre un payaso “Carablanca” y un ... [+]
16 de marzo de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una biografía, casi siempre se suele seguir cierto patrón.
Tenemos el inicio de una prometedora estrella, casi siempre sus luchas con la fama o contra su propio ego, para finalmente mostrar como, a fuerza de voluntad, pudo salir adelante el retratado, dejando su huella en la historia por la que se le recuerda.
Un ciclo tan tópico como caducado, que se repite casi siempre, probablemente por el cariño que el director o creadores le tengan a la persona real.

La historia de Chocolat, por suerte, esta lejos de la glorificación ideal de una biografía.
Estamos tan acostumbrados a la figura del mártir, que sorprende ver cómo se esquivan hábilmente las trampas habituales de este sub-género, y se llega a un punto medio entre la fama merecida y la colleja ganada.
Monsieur Chocolat no fue un santo, fue una persona pionera y con talento, pero tampoco fue un imbécil, solo cometió errores que cualquiera podría haber cometido, fruto de su posición social y su época.

Pero sería injusto recalcar que esta historia es tan suya como de Foottit, o George, payaso al borde del fracaso que ve en él lo que nadie vería: un ser humano. Y de paso, un cómico excepcional.
La alianza entre ambos es la primera piedra de una amistad cimentada sobre todo en confianza, pero también en alguna que otra envidia, por ejemplo de las chicas que Chocolat, o Rafael, se lleva a la cama cada noche. Resulta inevitable pensar que ambos están forzados a la situación de entenderse, porque el público les ama juntos mientras por separado solo son pobres entretenimientos.
Sin embargo, para Rafael es mucho más: es la llave de entrada a una consideración y un respeto que hasta ahora no veía en nadie. Los que antes se aterrorizaban de sus pieles de caníbal ahora ríen sus trompazos por la pista, lo vemos junto con él en la sonrisa de una niña, que antes podría haber sido una mueca de miedo.

La progresión de su número y la fama alcanzada les llevará a París, donde se verán inmersos en el circo lujoso para los ricos burgueses.
Y es entonces cuando se da la sorpresa: olvidando la comedia costumbrista, simpática, de dos protagonistas penosamente entrañables, el punto de vista, moviéndose con Georges y Rafael, nos deja fuera de su situación. Ya no son los que conocíamos, ahora ambos se visten dentro y fuera de la pista, con coloridos ropajes en la primera, con cuidados trajes en el segundo caso.
Ahí es cuándo se ve gradualmente la degeneración que la fama conlleva en la psique de alguien no acostumbrado a ella se ve con toda claridad. Son principalmente los secundarios los que se representan buenos o malos: Georges y Rafael, o Foottit y Chocolat, son dos personas luchando por adaptarse a su situación, y entenderla, sin que podamos juzgar si están haciendo bien o mal

Se ven las dolorosas renuncias de la fama, sus recovecos oscuros en forma de un nombre burlesco que una vez dado no se puede despegar, junto con la creciente sensación de que no se ríen del payaso, sino de uno mismo. Las penurias económicas quedaron atrás, sí, pero solo es ruido de fondo dentro de la búsqueda de identidad de Rafael, al que Monsieur Chocolat, y aún más los golpes de Foottit, pesarán como una losa a donde quiera dirigirse.
Es entonces cuando los sentimientos reprimidos, que antes se callaban, salen a la luz, porque ya no hay máscara de humildad que los oculte.

Es solo así, haciendo a los dos amigos antipáticos, cuándo sucede un milagro poco visto en una biografía: surge el verdadero sentimiento, de lástima, por una persona que lo tenía todo, y perdió tanto.
Ya no son dos impenetrables iconos que revolucionaron el circo: son dos personas de carne y hueso que, bajo su sonrisa perenne y bajo su impenetrable tristeza respectivamente, tenían el rechazo bien marcado en su piel, no importa de qué color.

La pequeña pieza en blanco y negro antes de los créditos redondea el más que acertado retrato: verídico, sin adulterar, sincero. Como lo ha sido en todo momento.
Charles
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