Para los amantes del cine de boxeo hay aquí una modesta versión realmente notable: se atreve a desarrollar de un modo creativo (dentro de lo lineal que suele darse en los telefilmes) el retrato verídico del mayor campeón del mundo de los pesos pesados: un hombre sin formación alguna y sin arte sobre el ring pero que dominaba una derecha espectacular. Su vida, persiguiendo desesperadamente el éxito y la estabilidad económica en un ambiente de feroces explotadores, tiene mucha garra y singular interés.

Además la película se permite indagaciones ricas en matices alrededor de la especialísima relación que mantuvieron dos cracks como fueron Joe Louis, auténtico maestro del boxeo, y este otro Rocky Marciano. Sobre todo porque el guión desarrolla adecuadamente la relación feroz de estos deportistas dados a la violencia como espectáculo, pero muy tiernos y sensibles en la vida cotidiana, algo raro en esta clase de películas en las que siempre se muestra a los boxeadores como tipos de una sola pieza, incapaces de debilidades sentimentales.

El ritmo es trepidane y el reparto, excelente.

El protagonista da muy bien la conjunción de energía e infantilismo de aquel campeón.

Hay tres actores que trabajan de maravilla un guión muy pulido: Penelope Ann Miller como la bella y elegante rubia que adora al hombre desbordado en músculos y encanto adolescente, George C. Scott como el amable y envejecido padre, y Tony Lo Bianco como un canalla sin escrúpulos, todos ellos tienen momentos excelentes.