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Voto de Miquel:
8
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3.090
Cine negro. Intriga
El detective Mike Hammer recoge en la carretera, en plena noche, a una muchacha que huye de un peligro mortal. Poco después son interceptados por los acosadores, unos despiadados matones que, tras torturar y matar a la muchacha y pegar una paliza al duro detective, les arrojan por un precipicio. Hammer logra salir indemne, y se dedicará a investigar este misterioso caso... (FILMAFFINITY)
1 de mayo de 2011
51 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de culto producida y dirigida por Robert Aldrich (1918-1983). El guión, de Albert I. Bezzerides, se basa en la novela “Kiss Me Deadley” (1952), de Mickey Spillane. Se rueda en escenarios reales de L.A., Calabazas y Malibú (CA) y en los platós de Sutherland Studios (L.A.) a lo largo de tres semanas escasas y con un reducido presupuesto de 410.000 USD. En 1999 es premiada con la inscripción en el Nacional Film Registry. Producida por Parklane Pictures y distribuida por UA, se estrena el 18-V-1955 (EEUU).
La acción dramática tiene lugar en L.A., Hollywood, Malibú y localizaciones cercanas, a lo largo de varios días del comienzo del invierno de 1955. El detective privado Mike Hammer (Meeker), mientras conduce su Jaguar deportivo blanco de dos plazas camino de L.A., se ve obligado a detener el coche para recoger a la joven Chrystina Bailey (Leachmen), que huye asustada, descalza y cubierta solo con una gabardina. Hammer es aficionado a las apuestas, se relaciona con personas de la mala vida, es codicioso, amoral, mujeriego, despiadado, vanidoso, machista y sumamente egoísta. Su figura fue creada en 1947 por el novelista Mickey Spillane. Carece de principios éticos a diferencia de lo que ocurre con otros detectives privados de la época, como Philip Marlowe o Sam Spade. La egolatría de Mike se ilustra a través de los coches deportivos que maneja. Su buen nivel cultural se evidencia a través de la costumbre que tiene de hablar con metáforas.
Se relaciona con una galería de personajes extraños, en la que no faltan asesinos, malvados, matones, sádicos, pervertidos, etc. Trabaja para individuos oscuros y turbios relacionados con el submundo de las apuestas ilegales. Se mueve en escenarios lúgubres, misteriosos y agobiantes, sucios y decadentes, saturados de ruidos callejeros estridentes y poblados por personas extravagantes. La violencia es abundante y se concreta en escenas, algunas fuera de plano, sobrecogedoras y perturbadoras.
La obra presenta una progresión dramática absorbente que lleva al ánimo del espectador la sensación de que se halla inmerso en un viaje imparable hacia el desastre o el Apocalipsis. Se imponen sentimientos que llenan el ánimo de sensaciones de sometimiento al dictado de la fatalidad o, peor aún, del reino del mal. Lo corroboran algunas alusiones relacionadas con experiencias devastadoras y siniestras, muy vivas en la memoria de todos en los primeros años 50.
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La acción dramática tiene lugar en L.A., Hollywood, Malibú y localizaciones cercanas, a lo largo de varios días del comienzo del invierno de 1955. El detective privado Mike Hammer (Meeker), mientras conduce su Jaguar deportivo blanco de dos plazas camino de L.A., se ve obligado a detener el coche para recoger a la joven Chrystina Bailey (Leachmen), que huye asustada, descalza y cubierta solo con una gabardina. Hammer es aficionado a las apuestas, se relaciona con personas de la mala vida, es codicioso, amoral, mujeriego, despiadado, vanidoso, machista y sumamente egoísta. Su figura fue creada en 1947 por el novelista Mickey Spillane. Carece de principios éticos a diferencia de lo que ocurre con otros detectives privados de la época, como Philip Marlowe o Sam Spade. La egolatría de Mike se ilustra a través de los coches deportivos que maneja. Su buen nivel cultural se evidencia a través de la costumbre que tiene de hablar con metáforas.
Se relaciona con una galería de personajes extraños, en la que no faltan asesinos, malvados, matones, sádicos, pervertidos, etc. Trabaja para individuos oscuros y turbios relacionados con el submundo de las apuestas ilegales. Se mueve en escenarios lúgubres, misteriosos y agobiantes, sucios y decadentes, saturados de ruidos callejeros estridentes y poblados por personas extravagantes. La violencia es abundante y se concreta en escenas, algunas fuera de plano, sobrecogedoras y perturbadoras.
La obra presenta una progresión dramática absorbente que lleva al ánimo del espectador la sensación de que se halla inmerso en un viaje imparable hacia el desastre o el Apocalipsis. Se imponen sentimientos que llenan el ánimo de sensaciones de sometimiento al dictado de la fatalidad o, peor aún, del reino del mal. Lo corroboran algunas alusiones relacionadas con experiencias devastadoras y siniestras, muy vivas en la memoria de todos en los primeros años 50.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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Por lo demás, los caminos por los que se puede alcanzar la resolución de los enigmas planteados se hallan jalonados de dificultades que retrasan el avance y agravan las amenazas y el peligro. A ello se añade el desconcierto que siente el espectador al verse presa de una situación que le interesa, pero no entiende y de la que le falta información básica. Se dan casos de suplantación de identidad y de falsas identidades. Abundan las armas de fuego, las bombas trampa, los personajes criminales, las palizas, las agresiones físicas, los falsos accidentes y las muertes provocadas.
Contribuyen a modelar la atmósfera del film la banda sonora y la fotografía. La primera, a cargo de Frank de Vol (“Confidencias a medianoche”, Gordon, 1959), amplifica el drama mediante el uso de fragmentos de música clásica tan espléndidos como el “Estudio revolucionario”, de Chopin, un cuarteto de cuerdas de Brahms, la 8ª sinfonía (Inacabada) de Schubert y un vals vienés mientras la chica hace ejercicios de baile. Añade la sugerente canción “Rather Have the Blues”, que interpretan Nat King Cole sobre los créditos iniciales y Kitty White en el bar afroamericano.
La fotografía, de Ernest Laszlo (“Traidor en el infierno”, Wilder, 1953), en B/N, crea una excelente visualidad expresionista con abundantes encuadres contrapicados y laterales; descripción de espacios sucios, angostos y destartalados; y creación de apariencias sombrías y opresivas. La iluminación, el trabajo de cámara y el montaje juegan un papel decisivo. Los títulos de crédito iniciales se despliegan y recogen de modo inusual. Se anuncia así que el film plantea cuestiones diferentes de las habituales y hace uso de recursos ajenos a los convencionales.
Pese a un final que ha envejecido más de lo razonable, el film conserva una admirable solidez, una atmósfera deslumbrante y una vigorosa puesta en escena. Por estas razones y por la influencia que ha tenido sobre el cine posterior, la obra merece la atención del cinéfilo.
Por lo demás, los caminos por los que se puede alcanzar la resolución de los enigmas planteados se hallan jalonados de dificultades que retrasan el avance y agravan las amenazas y el peligro. A ello se añade el desconcierto que siente el espectador al verse presa de una situación que le interesa, pero no entiende y de la que le falta información básica. Se dan casos de suplantación de identidad y de falsas identidades. Abundan las armas de fuego, las bombas trampa, los personajes criminales, las palizas, las agresiones físicas, los falsos accidentes y las muertes provocadas.
Contribuyen a modelar la atmósfera del film la banda sonora y la fotografía. La primera, a cargo de Frank de Vol (“Confidencias a medianoche”, Gordon, 1959), amplifica el drama mediante el uso de fragmentos de música clásica tan espléndidos como el “Estudio revolucionario”, de Chopin, un cuarteto de cuerdas de Brahms, la 8ª sinfonía (Inacabada) de Schubert y un vals vienés mientras la chica hace ejercicios de baile. Añade la sugerente canción “Rather Have the Blues”, que interpretan Nat King Cole sobre los créditos iniciales y Kitty White en el bar afroamericano.
La fotografía, de Ernest Laszlo (“Traidor en el infierno”, Wilder, 1953), en B/N, crea una excelente visualidad expresionista con abundantes encuadres contrapicados y laterales; descripción de espacios sucios, angostos y destartalados; y creación de apariencias sombrías y opresivas. La iluminación, el trabajo de cámara y el montaje juegan un papel decisivo. Los títulos de crédito iniciales se despliegan y recogen de modo inusual. Se anuncia así que el film plantea cuestiones diferentes de las habituales y hace uso de recursos ajenos a los convencionales.
Pese a un final que ha envejecido más de lo razonable, el film conserva una admirable solidez, una atmósfera deslumbrante y una vigorosa puesta en escena. Por estas razones y por la influencia que ha tenido sobre el cine posterior, la obra merece la atención del cinéfilo.