Escogiendo y combinando extractos de algunas de las opiniones anteriores se podría redactar la crítica perfecta de esta serie. Hay comentarios muy acertados que sintetizan perfectamente lo que es el microcosmos Seinfeld. Por eso, más que una crítica, me limitaré a aclarar un par de puntos que creo deben ser tenidos en cuenta por cualquier no iniciado en esta sitcom antes de que decida comprobar por sí mismo el porqué de su éxito.

Primero, y lo más importante, Seinfeld no es una serie de chistes, no tiene de base el uso de gags verbales como es el caso de Cheers, Frasier, Friends o Norm, entre muchas otras.
En estas el argumento, aunque importante y necesario, se supedita a una sucesión de ingeniosos comentarios, lo que permite que podamos ver, disfrutar y reir en cualquiera de ellas aunque sólo veamos, por ejemplo, los 5 últimos minutos.
Por eso estos programas enganchan tan rápidamente; son en esencia un producto fácil. Seinfeld no es así. Seinfeld es una serie de argumento, un argumento que parte de cuatro historias aparentemente alejadas unas de otras pero que logran conectarse entre ellas en una extraordinaria labor de precisión. Hay que ver el capítulo entero, de nada sirve quedarse con la mitad.
Esto es particularmente constatable en las primeras temporadas donde la acción transcurre más pausadamente, donde los chistes brillan por su ausencia y donde realmente se puede afirmar eso de que la serie trata sobre nada. Tras las cuatro primeras temporadas empiezan a pasar muchísimas cosas en cada episodio, más que en cualquier otra serie y el humor se democratiza, añadiendo a lo denominado humor judío mejores chistes y absolutos malabarismos de guión que son auténticas lecciones para guionistas advenedizos que tienen aquí un filón inagotable.

Lo ideal para gozar plenamente con esta serie es verla desde el principio. Capítulo por capítulo, sin saltarse ninguno. Seinfeld debe ser paladeada y no hay mejor forma que hacerlo de esta manera.
Es posible que al principio resulte pelín sosa, e incluso ligeramente tediosa (perdonadme por la blasfemia) pero a medida que vamos calando a fondo a estos estrambóticos personajes y empezamos a empaparnos de sus fobias y filias, el trayecto hasta el último capítulo se convierte en una experiencia, no ya solo audiovisual sino incluso emocional, inolvidable. LLegaremos a conocerlos y entenderlos a la perfección, hasta el punto de considerar totalmente lógico que George simule ser inválido para disfrutar de cuarto de baño privado en la oficina o que Kramer se compre una gallina para tener huevos frescos en la nevera.
Aplastando por completo a cualquier otra sitcom en este sentido, esos cuatro perdedores nos acompañarán en el recuerdo para siempre otorgando a esta serie un halo de viaje iniciático que la convierte sin lugar a dudas en la mejor de la historia de la televisión.