Nos presentan a un capitán del Ejército francés que las vuelve locas, es George Raft, y asumiendo que estamos ante una película de aventuras en el desierto marroquí, diremos que las conquistas no son sólo territoriales sino también de amores. Así que aceptaremos sin más haciéndonos la idea del mucho sexapil que despide el caballero legionario y que nosotros no somos capaces de ver; es la envidia de todo el acuartelamiento y su coronel le estima no por sus medallas ganadas en el campo de batalla, sino por su destreza en estar al día de chismes y su buen hacer con las mujeres en los tugurios moros más elegantes.

Encima la ambientación es la adecuada y lo que podía pasar por una aventurita rápida y sin más, con numerosos extras, abundancia de semovientes, medios para la acción, más el inefable emir con pinta de sabio como siempre ponen al líder moro, no sé porqué, y su consabida hija, aportando la nota romántica y discordante, una princesa al corte europeo que tampoco es que sean así. El caso es que nos encontramos un relato bien construido para lo poco que cuenta pero con algunas incongruencias, pequeñas inconsistencias que alguno las dejará pasar pero yo, como comentarista gráfico en el Rif, no tengo más remedio que hacer constar.