Y no bromeo. Este subproducto, que explota sin pudor el nombre de uno de los clásicos por antonomasia del cine, surge de un remake igualmente ominoso, pero en cualquier caso menos burdo. John Guillermin -en horas no ya bajas, sino subterráneas- y un equipo de actores por decir algo, se unen a Carlo Rambaldi -que hace lo que puede- para producir lo que De Laurentiis les dice.. y surge la gran chapuza.
La banda sonora, algo cansina, no es mala del todo. La idea general no es mala del todo. Los actores son malos, pero tampoco eran buenos los de la película original de los años 30.... y con estos mimbres... poco se puede hacer.
Bodrio incontestable que culmina la locura que supusieron los años ochenta en cuanto a búsqueda del éxito comercial se refiere. Todos los tics y defectos de la época se encuentran encerrados en esta cinta. ¿Virtudes? Las pocas que tiene ya las reseñé... pero no son virtudes sino algunos pocos aciertos.
En fin, la película fue un desastre en taquilla de proporciones serias. Tanto, que DeLaurentiis vio peligrar su empresa. Merecido lo tenía.