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Voto de Vivoleyendo:
10
2 de marzo de 2011
57 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sylvain Chomet es un dibujante, animador y director joven, pero de la vieja escuela. De los que sienten apego hacia las cosas antiguas, empolvadas, abandonadas en rincones de los que pocos se acuerdan.
Es de la escuela de la nostalgia, de la añoranza, de la habilidad para romper el corazón de quienes todavía sonríen embobados ante los trucos de un prestidigitador de los de varita, chistera, conejo blanco y mangas y bolsillos de los que salen toda clase de pequeños prodigios. Puede deslumbrar a quienes hace llorar la decadencia de los ilusionistas en unos tiempos que ya no son para ellos, en los que la magia ya no existe y los trucos son sólo trucos que no interesan a nadie.
Fabricantes de bellos espejismos eclipsados por la modernidad.
Chomet ha captado con sutil sensibilidad el espíritu que insuflaba Jacques Tati a sus obras. El del milagro de lo pequeño, de la sencillez, de expresar con ausencia de palabras o con las justas, interpretando la tragicomedia agridulce del descarrilado social, todo corazón y nada de sentido práctico, que intenta sobrevivir en un ambiente carente de romanticismo, mientras él lo derrocha como un lindo ramo de flores que languidece en una impersonal oficina, como un poeta que recita en una plaza donde nadie lo escucha, como los músicos callejeros que intercambian su delicado arte por unas monedas con las que poder comer.
El mago va con su maleta, con su conejo blanco y con lo puesto de puerta en puerta, de un teatro de variedades a una taberna con espectáculos con los que entretener a los clientes, de empleo en empleo mal pagado y peor recompensado por un público escaso, cada vez más indiferente.
Ya no interesa ver a un señor mayor vestido con traje añejo, sacando objetos de la chistera o de las mangas, o transformando cartas en copas, o haciendo desaparecer o aparecer monedas.
Su habilidad es inútil, es una profesión en extinción. Tatischeff (apellido real del cómico que inspira este largometraje de animación) es un artículo anticuado. Las ciudades se le quedan grandes, como Londres.
Es de la escuela de la nostalgia, de la añoranza, de la habilidad para romper el corazón de quienes todavía sonríen embobados ante los trucos de un prestidigitador de los de varita, chistera, conejo blanco y mangas y bolsillos de los que salen toda clase de pequeños prodigios. Puede deslumbrar a quienes hace llorar la decadencia de los ilusionistas en unos tiempos que ya no son para ellos, en los que la magia ya no existe y los trucos son sólo trucos que no interesan a nadie.
Fabricantes de bellos espejismos eclipsados por la modernidad.
Chomet ha captado con sutil sensibilidad el espíritu que insuflaba Jacques Tati a sus obras. El del milagro de lo pequeño, de la sencillez, de expresar con ausencia de palabras o con las justas, interpretando la tragicomedia agridulce del descarrilado social, todo corazón y nada de sentido práctico, que intenta sobrevivir en un ambiente carente de romanticismo, mientras él lo derrocha como un lindo ramo de flores que languidece en una impersonal oficina, como un poeta que recita en una plaza donde nadie lo escucha, como los músicos callejeros que intercambian su delicado arte por unas monedas con las que poder comer.
El mago va con su maleta, con su conejo blanco y con lo puesto de puerta en puerta, de un teatro de variedades a una taberna con espectáculos con los que entretener a los clientes, de empleo en empleo mal pagado y peor recompensado por un público escaso, cada vez más indiferente.
Ya no interesa ver a un señor mayor vestido con traje añejo, sacando objetos de la chistera o de las mangas, o transformando cartas en copas, o haciendo desaparecer o aparecer monedas.
Su habilidad es inútil, es una profesión en extinción. Tatischeff (apellido real del cómico que inspira este largometraje de animación) es un artículo anticuado. Las ciudades se le quedan grandes, como Londres.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El artista ambulante acaba pasando por Escocia, recibiendo un cálido recibimiento por los lugareños de una entre muchas aldeas. Ellos todavía ríen y aplauden sus números de ilusionismo, entre los vapores del whisky y de la cerveza en sus modestas tabernas.
Ahí encuentra a Alice, una muchachita que trabaja de fregona y que no tiene familia. Ella percibe en seguida la bondad del solitario mago y se marcha con él.
Es como el padre que ella soñaba.
Él camina por su propio fracaso con resignación, dando bandazos y aceptando cualquier trabajo para regalar a Alice lo que nunca ha tenido.
La chica sabe, sin que se lo digan, que la magia sí existe.
Ella creerá en ese hombre modesto y desgarbado, en las humildes maravillas que salen de su sombrero de copa, y aún más en las que es capaz de lograr la ternura.
Hay magos de verdad. Sepan o no sacarte un caramelo de la oreja, obran el más bonito truco: regalarte ilusión.
Una película tan tierna y melancólica que algunos no podemos evitar llorar.
Esa lluvia casi perpetua sobre paisajes de siempre delineados en un dibujo reverente, un Londres hechicero, un Edimburgo venerable, los sonidos ambientales, los diálogos breves, la expresividad de las figuras, la música encantada que invita al vodevil pasado de moda, al sentimiento que acaricia suavemente los oídos.
Las luces del Music Hall ya no brillan como antes, los artistas tradicionales del escenario malviven y venden sus últimos resquicios, y toda su integridad, a un mundo que los ignora.
Pero la magia sigue existiendo.
Sí, yo la vi. Viajaba en tren y fumaba, cargando con su maleta, con su conejo blanco y con lo puesto.
Ahí encuentra a Alice, una muchachita que trabaja de fregona y que no tiene familia. Ella percibe en seguida la bondad del solitario mago y se marcha con él.
Es como el padre que ella soñaba.
Él camina por su propio fracaso con resignación, dando bandazos y aceptando cualquier trabajo para regalar a Alice lo que nunca ha tenido.
La chica sabe, sin que se lo digan, que la magia sí existe.
Ella creerá en ese hombre modesto y desgarbado, en las humildes maravillas que salen de su sombrero de copa, y aún más en las que es capaz de lograr la ternura.
Hay magos de verdad. Sepan o no sacarte un caramelo de la oreja, obran el más bonito truco: regalarte ilusión.
Una película tan tierna y melancólica que algunos no podemos evitar llorar.
Esa lluvia casi perpetua sobre paisajes de siempre delineados en un dibujo reverente, un Londres hechicero, un Edimburgo venerable, los sonidos ambientales, los diálogos breves, la expresividad de las figuras, la música encantada que invita al vodevil pasado de moda, al sentimiento que acaricia suavemente los oídos.
Las luces del Music Hall ya no brillan como antes, los artistas tradicionales del escenario malviven y venden sus últimos resquicios, y toda su integridad, a un mundo que los ignora.
Pero la magia sigue existiendo.
Sí, yo la vi. Viajaba en tren y fumaba, cargando con su maleta, con su conejo blanco y con lo puesto.