Media votos
7,0
Votos
2.208
Críticas
1.745
Listas
37
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Vivoleyendo:
8
7,6
6.956
Comedia
Don Anselmo, un anciano ya retirado, decide comprarse un cochecito de inválido motorizado ya que todos sus amigos pensionistas poseen uno. La familia se niega ante el capricho del anciano, pero él decide vender todas las posesiones de valor para comprárselo... Un clásico del cine español con el gran Pepe Isbert y guión de Azcona y Ferreri. (FILMAFFINITY)
1 de marzo de 2011
35 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie mejor que Azcona para hacer tragar una píldora, mitad ácida, mitad amarga, en la que se concentran en altas dosis las lacras de la sociedad española de posguerra.
Si al más brillante guionista español hasta la fecha se le añadían dos directores de bandera, Berlanga y Ferreri, los trabajos que surgían de sus artes conjuntas rozaban o alcanzaban la excelencia.
La comedias de Azcona son de risas que llevan detrás una bomba de fragmentación, de esas que alcanzan y derriban muchos más objetivos de los que a simple vista se podría suponer que están dentro de su radio de acción.
Siempre saben a zumo de limón a palo seco, sin endulzar, les cambiaran el final original o no.
La realidad social es la de un gallinero de gente (familias numerosas hacinadas en estrechas viviendas, vecinos cotillas, grupos de amigos reunidos y rajando de todo, instituciones donde se asila a indigentes y enfermos, el paisaje urbano bullicioso…), quizás un poquito exagerado, o en el que se reconcentran intencionadamente muchos de los defectos humanos para resaltar aspectos como el egoísmo, la avaricia, la rapiña, la tacañería…
Y aquí tenemos a un magistral José Isbert, eminencia de la actuación española pese a su característica voz muy cascada. Una voz que resuena en “El cochecito” con un deje de dignidad pisada, de cansancio acumulado, de desilusión y de empecinamiento. Se ha ganado al espectador desde el primer minuto. Uno está deseando que le permitan de una puñetera vez tener su cochecito de inválido, y esa familia cae gordísima, esa panda de desagradecidos que se empeña en negar a su cabeza de familia, quien se ha deslomado por los suyos, un capricho de anciano. No tan capricho, considerando que el viejillo ya no posee la agilidad de un joven pero aún tiene ganas y derecho a disfrutar de la vida, y existiendo adelantos que le permitan mejorar la calidad de su vida y de su tiempo de ocio (que bien se lo ha ganado), don Anselmo no quiere sentirse menos que los demás, un marginal sin vehículo con el que subrayar su independencia.
Una independencia que le están arrebatando por ser mayor, lo que lo sitúa en un enfrentamiento perdido de antemano, y que le roba la llama que más impulsa al ser humano: la de sentirse persona.
Don Anselmo no puede disponer de sus bienes, porque sus codiciosos parientes ya le andan reclamando la herencia antes de que haya puesto los pies en la tumba. La joyas que le dejó su mujer fallecida no puede tocarlas pese a ser legalmente suyas, porque la nieta anda detrás; anda mendigando a su propio hijo como los perros, unos cuartos para esto o para esto otro, como si él no lo hubiera mantenido cuando el nene comía papillas y se sacaba la carrera.
Si al más brillante guionista español hasta la fecha se le añadían dos directores de bandera, Berlanga y Ferreri, los trabajos que surgían de sus artes conjuntas rozaban o alcanzaban la excelencia.
La comedias de Azcona son de risas que llevan detrás una bomba de fragmentación, de esas que alcanzan y derriban muchos más objetivos de los que a simple vista se podría suponer que están dentro de su radio de acción.
Siempre saben a zumo de limón a palo seco, sin endulzar, les cambiaran el final original o no.
La realidad social es la de un gallinero de gente (familias numerosas hacinadas en estrechas viviendas, vecinos cotillas, grupos de amigos reunidos y rajando de todo, instituciones donde se asila a indigentes y enfermos, el paisaje urbano bullicioso…), quizás un poquito exagerado, o en el que se reconcentran intencionadamente muchos de los defectos humanos para resaltar aspectos como el egoísmo, la avaricia, la rapiña, la tacañería…
Y aquí tenemos a un magistral José Isbert, eminencia de la actuación española pese a su característica voz muy cascada. Una voz que resuena en “El cochecito” con un deje de dignidad pisada, de cansancio acumulado, de desilusión y de empecinamiento. Se ha ganado al espectador desde el primer minuto. Uno está deseando que le permitan de una puñetera vez tener su cochecito de inválido, y esa familia cae gordísima, esa panda de desagradecidos que se empeña en negar a su cabeza de familia, quien se ha deslomado por los suyos, un capricho de anciano. No tan capricho, considerando que el viejillo ya no posee la agilidad de un joven pero aún tiene ganas y derecho a disfrutar de la vida, y existiendo adelantos que le permitan mejorar la calidad de su vida y de su tiempo de ocio (que bien se lo ha ganado), don Anselmo no quiere sentirse menos que los demás, un marginal sin vehículo con el que subrayar su independencia.
Una independencia que le están arrebatando por ser mayor, lo que lo sitúa en un enfrentamiento perdido de antemano, y que le roba la llama que más impulsa al ser humano: la de sentirse persona.
Don Anselmo no puede disponer de sus bienes, porque sus codiciosos parientes ya le andan reclamando la herencia antes de que haya puesto los pies en la tumba. La joyas que le dejó su mujer fallecida no puede tocarlas pese a ser legalmente suyas, porque la nieta anda detrás; anda mendigando a su propio hijo como los perros, unos cuartos para esto o para esto otro, como si él no lo hubiera mantenido cuando el nene comía papillas y se sacaba la carrera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Tampoco puede ir libremente por donde se le antoje sin que denuncien su desaparición o lo tomen por un vejete senil que ha perdido la orientación. Así anda el pobre jubilado, como un don nadie en su casa, portavoz de tantos ancianos desahuciados por los que se dicen sus hijos, carne de su carne, y portavoz de la quina que saborean los atrapados en un cuerpo decrépito, forzados a ser tratados como niños grandes.
La brecha intergeneracional es tremenda. La asfixia se aspira en esa olla de grillos que es el hogar, con la cursi nieta practicando el francés en la habitación del abuelo a todas horas, la nuera despotricando, el hijo quejándose de todo como una rata tacaña, el repelente novio de la niña metiendo las narices…
Con razón el abuelillo está harto y pasa todo el tiempo que puede fuera, con sus amigos, todos los cuales le ponen los dientes largos con sus flamantes motocarros con los que se van de excursiones y echan carreras.
Pero hasta los amigos dejan de serlo cuando hay dineros de por medio o cuando se les pide un favor…
No creo que nadie represente el buitre ibérico mejor que Azcona.
Qué ganas tiene uno de que don Anselmo se salga con la suya y se vaya por ahí con su cochecito nuevo, sin rendir cuentas ni a la madre que lo parió.
Y a tomar viento todo quisqui.
El final alternativo no pega ni engaña. Era imposible azucarar algo que sabía a fango desde el principio.
La brecha intergeneracional es tremenda. La asfixia se aspira en esa olla de grillos que es el hogar, con la cursi nieta practicando el francés en la habitación del abuelo a todas horas, la nuera despotricando, el hijo quejándose de todo como una rata tacaña, el repelente novio de la niña metiendo las narices…
Con razón el abuelillo está harto y pasa todo el tiempo que puede fuera, con sus amigos, todos los cuales le ponen los dientes largos con sus flamantes motocarros con los que se van de excursiones y echan carreras.
Pero hasta los amigos dejan de serlo cuando hay dineros de por medio o cuando se les pide un favor…
No creo que nadie represente el buitre ibérico mejor que Azcona.
Qué ganas tiene uno de que don Anselmo se salga con la suya y se vaya por ahí con su cochecito nuevo, sin rendir cuentas ni a la madre que lo parió.
Y a tomar viento todo quisqui.
El final alternativo no pega ni engaña. Era imposible azucarar algo que sabía a fango desde el principio.