Basada en una novela de Joseph Conrad, un título increíblemente desconocido que constituye una de las grandes películas de Young. Con el pleno encanto de lo defectuoso, ofrece un triángulo magnífico de personajes (Quinn/Schiaffino/Hayworth), que oscila de la integridad honorable y nómada de Quinn, a la especial y desequilibrada sensibilidad de una erótica y deseable Schiaffino, con una serena, y apasionadamente sostenida, bella Hayworth, interpretados todos ellos de forma noble y entregada. Ese triángulo convive en un entorno retrógrado, embrutecido, belicoso, agreste, violento, irracional.
Young lleva la narración con excelente pulso y se sobrepone a ciertos errores (cierto abuso de la música -excelente, de Morricone-, algún fallo de montaje, el rodaje de las escenas marítimas es infinitamente mejorable, la intrahistoria de las intrigas navales tiene mucho menos interés...) y logra un tono lírico, poderoso y hermano, a la par que logra clavarnos todos los personajes (no solo los tres principales) en la memoria y se remata en una amargura honorable y sentida, con un Quinn entregado en ese barco reparado, en ese ataúd inmejorable, a la muerte, desde su amor al mar. A descubrir.