A medio camino
Llinás hace suyo el postulado de Unamuno: "… todo hombre es un boceto de novela". El resultado es una cinta irregular.
Las historias no están del todo mal. De hecho, comienzan muy bien, con imágenes sugerentes y plenas de misterio, pero conforme avanza el tiempo, el recurso de las cajas chinas pierde fuerza e interés y las tramas personales sin aparente resolución, terminan dejando un extraño sinsabor.
Pues sí, aunque sus incondicionales no lo reconozcan, a esta película le sobra una hora y más. Se dirá: pues claro, es un experimento, una apuesta distinta, es riesgosa, etc. Pero a mí, simplemente no me convenció, a pesar de los otros aspectos sobresalientes (fotografía, música, etc.) A esta película le sobra oficio, pero le falta corazón.

Más allá de su innegable valor artístico e histórico, Lonesome es una gran historia de amor y esperanza.
Hace casi diez años (un poco tarde la verdad) que abrí los ojos para el cine, y fue justamente con otra película muda: La quimera de oro. A partir de allí, mi voracidad por las películas fue creciendo hasta casi desbordarse. Cinefilia le llamaron unos; cinefagia; otros. Lo cierto es que hoy veo menos cine que antes, pero la fascinación por él permanece intacto, lo que me lleva a seguir buscando y descubriendo joyas como ésta.
Son muchos los aspectos que me apasionan del cine (no las enumeraré por ahora), pero lo que más me atrae son las historias que cuenta, historias de gente, de personas como tu y yo, con sus luces y sombras, sus miserias, dramas y felicidades; en definitiva, historias que tratan de la vida pura y dura, de la condición humana como rezan "quienes saben más".
A fin de cuentas, eso es Lonesome, una bella historia de corazones solitarios que buscan... Entendiendo, como lo dijo Pizarnik, que:
Buscar no es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien, sino yacer porque alguien no viene.

Caroline Link vuelve al tema de la familia, para mostrarnos un cuadro sombrío e intenso de un prolongado duelo familiar, duelo que es personal más que colectivo, porque en la historia todos sufren, pero cada uno a su modo; todos buscan comprensión, acercamiento; mas ninguno sabe cómo.
Así, gracias al encargo que la madre hace al artista, somos testigos de cómo los recuerdos son desempolvados y con ellos los sentimientos de culpa, los reproches postergados, la punzante falta de respuestas.
Con una fotografía limpia que alterna entre el hermetismo de los rostros y cuerpos de los dolientes con la apertura y claridad de los espacios; y con un acompañamiento musical que subraya la infinita nostalgia por el hijo y hermano ausente, entendemos que la vuelta al pasado sólo es necesaria para buscar aprender de ella, mas no para arruinar el presente.
Y que la solución al dolor, de ningún modo para por el ensimismamiento sino por el contacto con otros seres humanos y la liberación de los sentimientos.

Meny procura hacer justicia al genio de Méliès y por momentos logra su cometido. Para ello, hilvana muy bien los testimonios, recreaciones y demás recursos narrrativos. Hay varios momentos en que el autor se contagia y logra transmitir el espíritu y la pasión de Méliès por la vida y el arte.

Se le puede reprochar el metraje, pero el director se las ingenia para volver a despertar el interés cuando éste va decayendo por gestos e imágenes repetitivas.

Al final la figura polifacética de Méliès es ensalzada sin muchos aspavientos y con grandes dosis de homenaje. Los cinéfilos agradecerán este acercamiento al genio francés, cuyo aporte a la historia del cine es incuestionable.