Es una pena que películas como esta tengan poca repercusión fuera del circuito de festivales, ya que su distribución en cines comerciales es siempre complicada, sobre todo fuera de grandes ciudades.
La película aborda el conflicto entre Israel y Líbano en 2006, desde un punto de vista geográfico exterior (la acción se desarrolla en Nueva York), pero con personajes que tienen de una u otra forma conexión con el mundo árabe y los problemas que eso les acarrean en el Nueva York post 11-S.
La película esta bien estructurada con un comienzo ambiguo y extraño que siembra de dudas al espectador. Lo que parece ser la historia principal se va diluyendo según avanza la película y poco a poco nos va mostrando el día a día de la protagonista, con escenas con un punto de paranoia y humor.

En resumen, una película que demuestra que en los festivales de cine, aparte de impostura, lentitud, incoherencia, prepotencia y demás adjetivos aplicables a esos directores/as que pretenden que cada plano sea una obra de arte, hay cabida para películas sencillas y honestas que además te hacen pasar un buen rato.

Son las 10 de la noche, la temperatura va bajando mientras el ruido de las pipas y los bocadillos va llenando el ambiente. El murmullo de la gente parece que cesa, después de media hora de retraso va a empezar la película y ninguno de estos espectadores veraniegos prevé la decepción. La gratuidad de un cine de verano no debería ser excusa para programar películas tan insípidas como esta. Colgados en Los Ángeles no debería pasar de telefilm de antena 3 un domingo por la tarde. Partiendo de un guión poco creíble y de una labor de dirección un tanto floja el único consuelo que me queda es que la interpretación de los actores en V.O sea extraordinaria (el doblaje al español no ayuda nada a esta película).
No todo es malo en esta película, y me gustaría destacar el papel de Johnny Deep, sublime la forma de interpretación sin usar las palabras.
En resumen, una película que debido a su producción europea puede invitar a pensar que puede tener ese punto de originalidad, del que una vez vista carece por completo, acercándose a cualquier pastelada hollywoodiense.
Se ve tan rápido como se olvida.

Me gusta el buen cine pero huyo de la modernidad independiente. Con esa paradoja a cuestas fui a ver Attenberg. Reconozco que también con prejuicios. Que Ariane Labed, actriz protagonista del film, le arrebatara a la estupenda Natalie Portman (Cisne Negro) la Copa Volpi en Venecia, resulta antes de ver la película sorprendente. Después es un insulto, primero a Natalie (supongo que las penas con Oscar son menos) y después a los espectadores.
La película narra la vida de una joven en un pueblo industrial, de la relación que mantiene con su padre moribundo y su mejor amiga. La historia se centra en el despertar sexual de Marina (Ariane Labed), aconsejada por su amiga Bella primero, y después con la llegada de un apuesto forastero que hará que Marina se sienta atraída hacia el genero masculino, algo para ella incomprensible hasta la fecha.
Attenberg es una película plana e insustancial desde el inicio, que no hace que te identifiques, ni con la historia ni con ninguno de sus personajes. Ni siquiera goza de una gran dirección artística que la salve del olvido.
En el desarrollo de la película se intercalan escenas, que sin tener sentido alguno, ni aportar nada a la historia, son las que le permiten ser bienvenida en los festivales de turno. Curiosa paradoja, que deja al descubierto la dirección a la que se dirigen los festivales.

A veces cuesta imaginar que es lo que lleva a un director a realizar una película. Se supone que la razón principal, quizá la única, sería la de contar una historia, pero películas como esta demuestran que no es así. La película es lenta desde su nacimiento hasta su muerte, con algunos planos visualmente perfectos, a la vez que aburridos e intrascendentes.
La historia en sí no daría mas que para un telefilm, a no ser claro está, que la realizadora sea japonesa. Ese punto exótico, mezclado con una buena fotografía y la incorporación de tradiciones japonesas hace que la película se convierta en una clara candidata a ir de festival en festival, provocando por un lado los aplausos y elogios de los modernitos de turno, y por otro las cabezadas y bostezos del resto de los espectadores.