En ese Cinemascope en blanco y negro, tan característico de algunas de las mejores cintas (y menos reconocidas) de finales de los 50s y de principios de los 60s, Richard Fleischer apostó por rodar su película más artística —¡esos planos torcidos que por sí solos describen la inestabilidad de los abyectos protagonistas!—, arriesgada y sugerente.

Lo que en un primer momento parecía nada más que un thriller de crimen y condena, que lo es, termina exponiendo un relato sobre la represión (homo)sexual, la moralidad, la justicia y la diferencia de clases el cual, aunque no esté del todo de acuerdo con su mensaje, propone continuos debates de los que son imposible no dejarse seducir. El monólogo final de Orson Welles es puro cine.

Devastador reflejo de la opresión social sobre el individuo. La joven maestra de 35 años Miss Wyckoff, desinteresada por completo en lo referente a su sexualidad —recordando a Joanne Woodward en en el fantástico film de Newman Rachel, Rachel— se ve presionada a encontrar un hombre, el cual, según los psiquiatras, combatiría su reciente depresión generada por la prematura menopausia. En su intento de autoconvencerse se arroja sobre los brazos del primer hombre que la mira de un modo distinto, resultando ser el mozo negro de limpieza de la escuela, un sádico maníaco que la viola y la tortura.

Atrapada en una interminable violación que confunde con sexo y tolerancia racial, Wyckoff parece por fin entrar en el mundo de los adultos. Pero a pesar del sacrificio la sociedad racista estadounidense de los 50s la rechaza por su contacto con los negros.

Me resultaba muy interesante que un hicksplotaition como este fuera desarrollando su final hacia el revisionismo, o sea, hacia la crítica del uso de las armas y la violencia ---epítome de este mensaje es el momento en el que el abuelo, cegado por la ira, apunta a su propia nieta--- cuando el conflicto puede resolverse por medio de la ley. Hubiera sido innovador para el subgénero. Pero un último giro de guion esfumaba esta idea colocando la película en la lista de vulgares hicksplotaition de la época.

Entretenida y para pasar el rato.

Con un Macguffin de los grandes se presenta aquí una historia hueca y superficial. Y aun manteniendo ese aroma de los films de espionaje de los 60s, no consigue nada reseñable. Ni George Segal, ni Michael Anderson parecen inspirados. ¿Y los absurdos papeles de Guinness, von Sydow y Sanders?

Únicamente reconocer que es entretenida, Barry cumple con el score y merece la pena por el lucimiento de Senta Berger en su mejor momento.

Para aquellos cinéfilos solitarios que lo único con sentido en sus vidas es el cine. Cine como familia, como amigo, como acompañante, como confidente, como maestro, como recuerdo, como respiro, como evasión, como explorador de espacio-tiempos, como respuesta.

Sé que es una película mala pero me encanta el ambiente nostálgico, todo el rollo cinematográfico y la idea con todo el metraje de vídeo reutilizado.

Su problema es lo extenso y sin sentido de las aventuras mudas del superhéroe tonto. Surgen sin justificación.

El mejor momento es cuando el proyeccionista (Chuck McCann) sale del cine y su marquesina dice: Chuck McCann como El Proyeccionista.
Y quizás el final, ¡que no contaré!