Vienes por 'This is America', y eso es bueno. Porque se nota que Hiro Murai y Donald Glover no vienen del mundo del cine, y esto supone una bocanada de aire limpio para nuestras miradas aburridas pero adictas a la ficción. Glover escribe, produce, a veces dirige, e interpreta -cual hombre del Renacimiento- a un adorable pringao llamado Earn que ve la oportunidad de sacar su vida adelante siendo el manager de su primo Al, camello de poca monta que lo peta como Paper Boi en YouTube. Las otras dos patas del banco con Vanessa, luchadora empedernida y madre de la hija de Earn, y Darius, un simpático colgado más listo de lo que parece.

Plot: Siglo XXI. Internet, iPhones, hip-hop, Drake, influencers... Las escenas neo-costumbristas, que Glover conoce por su meteórica carrera musical como Childish Gambino, se alternan con otras absolutamente delirantes, que no se parecen a nada. Tanto este como Murai consiguen gracias al impecable guión de Glover que la serie oscile constantemente entre la comedia y el drama, manteniéndose en un complicadísimo equilibrio. No es esta una serie de grandes hitos: los capítulos desarrollan pequeñas tramas autoconclusivas que ayudan a componer un mosaico generacional más que una epopeya. Un retrato de milenials despistados. ¡Ah! Y las redes sociales aparecen (por fin) como recurso narrativo sin dar vergüenza ajena.

Pero lo más importante se desvela conforme avanza la segunda temporada: Glover y Murai no quieren hablar de rap, ni de instagram: quieren hablar de raza. 'This is America', amigos. El plato está servido. Podría hablar mucho del profundísimo tratamiento que hacen del racismo en Estados Unidos, de la segregación, de la cultura de clases, pero es tan elocuente que es mejor que lo veáis por vosotros mismos. Los capítulos duran veinte minutos.

A nivel técnico, la serie además es cojonuda. La fotografía es excepcional; la dirección, lo mismo. Mención de honor a Amy Seimetz, que dirige en la segunda temporada los capítulos cuya trama gira alrededor de Vanessa. La banda sonora no podía ser de otra manera, puesto que Glover maneja los hilos. Algún cameo que recuerda a 'The Wire' saca más de una sonrisa.

Las escuelas de cine están temblando, amigos: la era YouTube es un hecho y ya son mejores que ellos. No os la perdáis porque respira frescura por todos los rincones.

Hay un recurso que suele usarse mucho en guion, que consiste en coger dos universos absolutamente alejados e independientes y cruzarlos. "Barry" es un brillante ejemplo de esto: el mundo mafia, con crímenes y peleas entre bandas incluidas, y un grupo de jóvenes que van a clases de teatro. (También hay un recurso que suele funcionar, pero este es solo para mí, y es fiarme de HBO.)

Barry es un asesino a sueldo al borde de la depresión que, de casualidad, acaba asistiendo a una clase de interpretación con el maestro Gene M. Cousineau. Y le encanta. Sus compañeras y compañeros no son grandes actores, apenas han trabajado hasta ahora. Todos están en Los Angeles porque quieren ser grandes estrellas en Hollywood, pero están haciendo teatro; el teatro es verdad, el teatro es la vida. La trama que tiene que ver con la mafia la hemos visto más veces, por lo que es más convencional. No obstante, los personajes tienen todos una chispa que, no sabes por qué, pero te encantan, hasta los más malos.

El retrato del mundo del teatro y los actores y actrices que lo componen es tan irónico y real al mismo tiempo que, si has estado en contacto con este tipo de gente, no puedes parar de reconocerlo. Las personalidades, las conversaciones, los ejercicios, las agonías de los cástings, los egos, la competitividad, la inestabilidad emocional... Divertidísimo.

Bill Hader escribe, protagoniza y también a ratos dirige. Enorme. El guion es muy ingenioso y los capítulos se suceden uno detrás de otro con elegancia, sin llegar a lo folletinesco. La fotografía es sublime y la dirección igual, alternándose indistintamente las ocho manos según avanza la serie; aunque he de decir que se puede reconocer al genial Hiro Murai nada más empezar su episodio. Sorpresa. Ah, y los actores son muy muy graciosos, yo me he partido especialmente con la detective (Paula Newsome), el profe y director de teatro (Henry Winkler) y el destartalado jefe/manager de Barry (Stephen Root).

La sensación que te deja, más que de serie de TV, es la de una película larga, y creo que así hay que tomarla. Ecos de Noah Hawley con más humor, o mejor desarrollado. Si eres actor o actriz, te va a encantar. Muy muy divertida. Vedla.

Nunca una serie protagonizada por adolescentes se había tomado tan en serio a sí misma. Y ya era hora. Las series con temática adolescente suelen dejar claro que su target es únicamente ese, y las tramas suelen ser previsibles, facilonas y estúpidas (véanse los primeros quince minutos de "Élite").

Es un falso documental que continúa la estela de la primera parte, la de las pollas con spray. Esta vez, Pete y Sam son llamados por Netflix para investigar y rodar un nuevo documental sobre un misterioso villano que aterroriza a todo un colegio católico privado de Washington. ¿Cómo? Con caca. Las dos temporadas tienen una presentación digna de elogio.

Todo es adolescente, pero nada es previsible. Los personajes te sorprenden de primeras no solo al no ser idiotas (de nuevo, pagamos el precio de haber crecido con "Física o Química") sino al ser súper poliédricos y carismáticos. Esto no suele suceder. El adolescente en ficción tiene dos personalidades: el estúpido que solo sirve para dar problemas, o el incomprendido más sabio y triste que el mundo que le rodea. Este retrato podría haber funcionado hace años, pero hay que ser realmente tonto para mirar a tu alrededor y pensar que estas generaciones no tienen hoy muchísimo que decir. Y eso hace "American Vandal II".

Los personajes no son autoindulgentes ni caprichosos. Simplemente, están bien construidos. Además, para evitar juicios, renuncian conscientemente a dotar a los personajes adultos de cualquier rastro de protagonismo y se les ventilan en cuanto pueden; pasa por encima de las típicas tramas de novios, fiesta o drogas, y es valiente con lo escatológico, como si todo el código fuera un alegato de rebeldía que es la proclama de la serie en sí misma.

Es un gran acierto: es creativa, es divertida (¡los cliffhangers están súper bien hechos!) y estoy segura de que los creadores se lo han pasado bomba escribiéndola, rodándola e incluso editándola. Las secuencias interlúdicas a modo de documental yanki son lo más. Le pongo un diez porque es que esta idea no se puede llevar mejor.

Siento la necesidad de escribir una crítica después de leer a los descerebrados que lo han hecho antes que yo. No me esperaba una respuesta tan ciega, tan desesperada, tan patética. ¿Pero quiénes sois vosotros? ¿Cuándo habéis hablado con Soon-Yi? ¿Cuándo habéis pisado Nueva York? ¿De dónde vienen todas esas sentencias que decís certificar? Es alucinante que la peña sea capaz, después de ver algo así, de una defensa tan burda. ¡Pero si son cosas que habéis leído en internet! Frases hechas, recuerdos insertados en el cerebro por una prensa que ya no tiene ni el pudor ni las ganas de alimentarlos. ¿Cuándo habéis conocido a Woody Allen? ¿Cuándo os ha contado Moses sobre su infancia? ¿Por qué admitís un titular de revista del corazón como la verdad, la verdad y nada más que la verdad? ¿Cómo podéis ser tan estúpidos? Es que no lo entiendo.
Dejando a un lado las palabras de Dylan (sin duda el agravio más doloroso por vuestra parte, panda de capullos) tenemos unas personas muy seguras de lo que están diciendo, al agente de la Policía que llevó el caso, al juez, a los técnicos de la clínica de menores, los periodistas, los DOCUMENTOS DEL JUICIO! Dios mío, es que es imperdonable.

El ser humano no es virtuoso, no hace falta decirlo. Ahora: abusar de tu hija de siete años justo en el momento en el que se ha hecho público (no porque tú quisieras) que llevabas acostándote con tu otra hija desde que tenía dicieséis, hacer un escarnio público de la que había sido tu familia hasta ese momento, vivir para contarlo y hacer como que no pasa nada... Es repugnante. Ni rastro de arrepentimiento. Cuál es el código cerebral que hay que teclear para poder seguir viviendo.

En casa nos ha dejado rotos. Yo he sido muy fan de Woody Allen, he leído la Autobiografía, le he defendido en público. No creo que vuelva a ver una peli suya hasta que se muera. Y ahora hago lo único que puedo hacer, lo único que nos hace humanos, más que la virtud: pedir perdón.

Y al resto, ojalá defendierais con tanta fiereza lo que tenéis cerca.

Si es que la peli ya empieza mal: un poli, Mark Wahlberg, es destituido por cargarse al acusado de violar y matar a una niña. El alcalde (de NYC, para más dificultades) le echa pero le dice que le tendrá en cuenta por su valor (¿?). El tipo rechista un poco -dos frases- y luego sale del despacho con cara de: si es que en el fondo... Empezamos mal.

Siete años después (podrían ser siete como dos como tres meses), el tipo y todo su entorno parecen muy contentos del rumbo que está llevando su vida como detective privado, aunque vemos que se dedica a dar palizas por ahí. En fin, no desvelo más por respeto. Es un desfile de clichés tan manido y tan cantoso que es hasta insultante. Los personajes son de mentira (las chicas especialmente es que podrían no existir); el argumento es como que lo hemos visto cien mil veces; a Mark Wahlberg y a Russell Crowe me aburro ya de verles; la crítica que intenta hacer del cine independiente es para echarse a llorar y a mí me dolió especialmente...

Mal, muy mal. Se han gastado más pasta en el vestuario y estilismo de ZJ que en contratar a un guionista decente. Y siempre así, una y otra vez...