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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por utilidad
8
17 de noviembre de 2021
63 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
7 prisioneros

São Paulo es la urbe más extensa y poblada de Brasil. Tuve la oportunidad de visitarla en varias ocasiones en mis viajes de trabajo. El avión sobrevuela la ciudad durante 100 km antes de aterrizar. São Paulo es una ciudad monstruosa, triste, gris y altamente contaminada. Es la viva expresión del brutalismo arquitectónico y del culto al hormigón. Los contrastes son tan visibles como deprimentes. La ciudad acapara el 30% del PIB de Brasil, cuenta con más millonarios que cualquier otra población latinoamericana, su centro financiero es gigantesco, el volumen de operaciones en bolsa supera al del resto de ciudades latinas y el tráfico, en el que puedes quedar atrapado durante horas, resulta desquiciante.
Y mientras una pequeña parte de la población atesora privilegios y riqueza, el resto sobrevive como puede en barrios marginales o insalubres favelas que carecen de los servicios más elementales. Todo ello la convierte en una de las ciudades más peligrosas e inseguras del mundo en la que la corrupción supone un tumor canceroso de naturaleza endémica.
Y en este paisaje desolador se encuadra “7 prisioneros”, una película brasileña que refleja la despiadada realidad en la que viven miles de personas. Porque la esclavitud no es una lacra del pasado. En São Paulo, como en otros muchos lugares del país amazónico, se manifiesta en toda su inhumana crueldad.
Multitud de inmigrantes y brasileños provenientes de zonas rurales son conducidos mediante engaños a la gran ciudad bajo la promesa de un trabajo que alivie su precaria situación y la esperanza de un futuro mejor. Al llegar son despojados de su documentación, encerrados y obligados a trabajar durante jornadas extenuantes, mal alimentados, sin salario alguno, en sótanos sombríos y mal ventilados o en lugares en los que ni un animal merecería vivir.
Intrincadas y bien organizadas redes mafiosas manejan los hilos de este repugnante entramado con la indispensable colaboración de la policía y otras dependencias de la administración que se llevan una jugosa parte de los beneficios.
A través de siete jóvenes adolescentes que vivían pacíficamente con sus repectivas familias en una zona rural, trasladados a São Paulo para trabajar en una chatarrería de un barrio pobre, conoceremos la humillante situación de muchos ciudadanos ante la más absoluta impunidad, favorecida por una corrupción permanentemente enquistada en amplios sectores de la población.
Así pues, no esperen, mis improbables lectores, si se asoman a esta historia, un baño de balsámico consuelo. Porque no sería creíble ni admisible ningún artificio narrativo que endulzara la patética realidad que encierra esta pelicula.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
14 de octubre de 2021
58 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
La asistenta - Maid

Asisto embelesado a un auténtico recital de buen cine. El aroma que desprende “Maid” se mete por cada poro de la piel e impregna todos nuestros sentidos. Porque esta miniserie estadounidense de diez episodios difundida por Netflix es un hermosísimo poema de sensibilidad, humanismo y ternura.
Y empiezo a entender cómo alguien es capaz de realizar una obra tan delicada y conmovedora al ver que una mujer, la neoyorquina Molly Smith Metzler -de la que no tenía noticia- es la directora y guionista de este enternecedor relato.
Pues no parece descabellado que sea una mujer quien desgrane y exprese mejor que nadie el doloroso calvario por el que atraviesan muchas de ellas como consecuencia de los abusos y maltrato que muchos hombres infligen a sus respectivas parejas, en ocasiones durante toda la vida.
Molly Smith nos coloca aquí frente a la desgarradora historia de una joven maltratada por un marido egoísta, irresponsable y víctima del alcoholismo para más inri. Y Alex, sola, sin el menor apoyo, sin trabajo ni recursos económicos, cargando con su hija Maddy, una criatura de tres años, se ve atrapada en la aterradora oscuridad de este abismo insondable.
El rosario de penalidades por el que pasa Alex nos hiere en lo más profundo de las entrañas por su palpitante realismo. Sin embargo, nuestra directora no utiliza el manido recurso del melodrama desmedido con la finalidad de explotar tan jugoso filón, ni se regodea despedazando a sus personajes en busca de un público facilón que aplauda y celebre la burda exposición de la brutalidad extrema. Por el contrario, ella construye sus personajes a través de una mirada compasiva, entiende sus flaquezas, se apiada de ellos y, sin juzgarlos, los redime de toda culpa.
Margaret Qualley como Alex y Andie MacDowell en el papel de su madre Paula -soprendenteme unidas por el mismo lazo en la vida real-, se dejan la piel en un colosal duelo interpretativo al que en muy contadas ocasiones tenemos la fortuna de asistir. Alex es la ternura que despierta un pajarillo herido; Paula, la angustiosa deriva de una mente trastornada.
Como resultado, “Maid” es una historia vitalista, de esfuerzo y superación personal, de sacrificio y constante lucha contra la adversidad, en un intento desesperado por esquivar la fatalidad de un destino que la crueldad de algún dios inconmovible hubiera determinado para algunas de sus más indefensas criaturas.
“Maid” es, en definitiva, un canto a la generosidad, al desprendimiento y al amor maternal. En un vuelo majestuoso, se eleva por encima de la mezquindad, tiranía y maltrato que muchos hombres ejercen sobre las mujeres. Mujeres que, como Alex, nos ofrecen una impagable lección de dignidad que reconcilia con la humanidad al más recalcitrante y avinagrado de los misántropos.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
15 de enero de 2017
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Frantz

Es probable que exista gente en el mundo, incluso de apariencia normal, que ha sobrevivido con razonable naturalidad sin haber visto "Remordimientos", aquel angustioso drama profundamente humano que Ernst Lubitsch filmó hace ahora 85 años. "Frantz", la versión que hoy reseño, sigue sus huellas pero no es una copia, o un "remake", como se dice ahora, de aquella. Tal vez sí una aproximación en la que el reconocidísimo director francés Fraçois Ozon, convertido en uno de los directores más cotizados del cine francés y al que afortunadamente descubrí en la cinta "En la casa", imprime su personalísimo sello distanciándose de Lubitsch prudentemente con un guion que sorprende y seduce desde el principio por su inteligente ambigüedad. Sutileza, elegancia, sobriedad, sean quizá calificativos de muy corto alcance para describir esta maravilla que acabo de ver.
Porque "Frantz" es uno de esos milagros que, de cuando en cuando, sacude nuestros sentidos, despierta la conciencia que el sopor de una despreocupada existencia mantiene anestesiada o nos golpea inmisericorde en esa zona apacible del alma que mantenemos protegida y al resguardo de la intemperie. Ozon nos estremece sin estridencias, con pausada serenidad y nos contagia todo el dolor, la tragedia y el arrepentimiento que puede tolerar un ser humano para finalmente encontrar su propia redención en el perdón. No hay trampas, ni guiños cómplices, estamos ante una realización airada pero contenida, asombrosamente equilibrada bajo la batuta de una dirección que no pierde la fe en sus frágiles y atormentadas criaturas. Un drama antibelicista que deja al descubierto nuestro estúpido comportamiento, ridiculiza nuestra ceguera -secuelas posiblemente de una educación tan anómala como extraviada- para convertir a seres humanos que comparten idénticos anhelos y preocupaciones en enemigos irreconciliables, envìados al gigantesco matadero de una guerra brutal cuyo saldo no fue otro que millones de cadáveres esparcidos sobre las tierras, ahora yermas, de dos países vecinos: la dulce Francia y la laboriosa Alemania.
Ozon filma en un nítido y luminoso blanco y negro. Puntualmente, de forma casi imperceptible, como la piel de un camaleón, colorea la pantalla con tonos pálidos y suavemente difuminados. La ambientación -el comienzo de la historia se sitúa en un pueblecito alemán en 1919 recién terminada la Gran Guerra- es sencillamente perfecta mientras violín y piano, solos o acompasados, nos acompañan en delicadas composiciones de Chopin o Chaikovsky cuando no las del propio director musical Philippe Rombi.
¿Y quién es esa aparición, cuándo descendió a nuestro infierno terrenal ese ángel berlinés de apenas 22 años al que yo desconocía? Con qué soberbia seguridad Paula Beer da vida a la desolada Anna y con qué descarado oficio defiende, a pesar de su edad temprana, a este personaje. Sin un sola expresión de más, su rostro, dulce a veces, acerado otras, pero siempre cautivador, es una luz de infinito poder que brilla a través de su desgarradora mirada. Tampoco le va a la zaga el también joven actor francés y ya consagrado Pierre Ninev en el papel de Adrien y que dio vida a Yves Saint Laurent en aquel biopic del famoso diseñador producido hace ahora tres años. Ninev es un hombre de apariencia extraña y gran personalidad, alto, elegante, de tez lívida, aflautada, con cierto aire descuidado que nos recuerda a algún personaje salido de una pintura del romanticismo. Ambos, sin duda, forman una formidable pareja que se muestra imbatible en esta admirable película.
Y yo, mis queridos amigos, qué puedo decirles. En esta noche de frío invierno, regreso al calor de mi casa con el ánimo de los grandes días, aquellos en los que el espíritu rebosa satisfacción después de haber tenido la inmensa dicha de contemplar, desde la oscuridad de una sala, el resplandor de las estrellas.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
9 de mayo de 2021
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nomadland

Tenía verdadero interés por ver “Nomadland” por varias razones. Una de ellas porque desde que inició su andadura no ha hecho más que cosechar todos los premios cinematográficos en los que ha participado. Entre ellos 3 Oscar, 2 Globos de Oro, 4 BATFA y el León de Oro, lo cual provoca la comprensible curiosidad de cualquier cinéfilo.
Otra, porque me deslumbra el talento de Frances Louise McDormand, (“Three Billboards Outside Ebbing, Missouri”, “Fargo” o “Blood Simple” son algunas de sus películas que nadie debiera perderse), -actriz casada con Joel, el mayor de los hermanos Coen a los que también venero- y que pese a sus 63 años no ha hecho sino acentuar su brillo.
Y la tercera porque la dirige y escribe Chloé Zhao, una joven directora residente en EE.UU de origen chino y a la que descubrí en “The Rider”, cautivadora historia sobre los jinetes de rodeo y la azarosa realidad de un oficio oculto bajo las falsas luces de un electrizante espéctaculo.
Pero volvamos al origen. “Nomadland” nos habla de la soledad y la marginación de unos seres desencantados con un sistema que los explota durante años para después, una vez exprimidos, abandonarlos en sus márgenes con pensiones indignas, miserables; almas que buscan trabajos esporádicos con los que cubrir sus necesidades mínimas; algunos de ellos por avatares de la vida y otros por decisión propia, viven errantes en viejas caravanas o furgonetas lejos del bullicio de las grandes ciudades; encuentran consuelo terapéutico en la naturaleza a la que adoran como si de una nueva religión se tratara; se agrupan en improvisados campamentos situados a uno u otro lado de la América profunda en los que conviven temporalmente; al calor de una fogata, en las gélidas noches de Nevada, se desahogan desvelando ante sus compañeros los más recónditos y dolorosos recuerdos; intercambian objetos, se ayudan, apoyan y van reeencontrándose en su itinerante e incesante huída.
Y todo ello, lo expresa Chloé Zhao con delicada sensibilidad y ternura. Arropa a sus personajes con la delicadeza y el amor de una madre protectora, los envuelve con la cálida percepción de su mirada, los humaniza y logra transmitir al espectador todas esas inquietudes y carga emotiva que estos trashumantes desplazados soportan sobre sus espaldas.
Zhao ilumina la oscuridad bajo las estrellas de una bóveda inabarcable, fotografía crepúsculos y amaneceres de un belleza indescriptible y nos regala momentos inolvidables como la breve intervención de un viejo vaquero cantando e interpretando a la luz de la luna un blues en un piano tan ruinoso y destartalado como él mismo.
El poético y evocador final, condensa, como una bella metáfora, el espíritu de la película. Me recuerda la última escena de “The Searchers” con la que Ford cierra una de sus obras maestras. Desde el interior de una casa, la puerta se abre para mostrarnos una extensa llanura de cuyo horizonte emerge el desafiante perfil de las montañas. Y se me ocurre que tal coincidencia no es casual y que bien podría suponer una señal de profundo respeto y reconocimiento a la memoria de uno de los más grandes directores de la historia del cine.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
23 de enero de 2019
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
El vicio del poder (Vice)

Admiro y envidio profundamente la capacidad de los estadounidenses para flagelarse, su irrenunciable espíritu de autocrítica, el saludable hábito de exponer y denunciar sus propias miserias y, a pesar de sus inocultables defectos -que lance la primera piedra quien esté libre de ellos-, la total libertad para expresarse, que ya desearían para sí los ciudadanos de algunos países que se declaran ostentosamente democráticos.
Y es que, Adam McKay, con una brillante trayectoria en el mundo cinematográfico como guionista y director, ha escrito y dirigido una de las películas más ácidas, corrosivas y desvergonzadas de las que tengo memoria. En “El vicio del poder”, expone sin tapujos la trayectoria de Dick Chenney, uno de los políticos más inmorales, rastreros y camaleónicos de la historia de EE.UU. Este oscuro personaje -expulsado de la Universidad de Yale por su desmedida afición al alcohol y un carácter bronco y agresivo-, llegó al poder empujado por la firme voluntad de su ambiciosa e inteligente esposa, Lynne. La paciencia, discreción y, sobre todo, la obediencia incondicional que profesó en todo momento a sus superiores, fueron los principales factores que lo elevaron hasta las altas esferas de la política.
Siendo Vicepresidente, un cargo irrelevante y más bien simbólico, contó con el apoyo del Presidente George W. Bush, Jr, un mequetrefe incompetente e irresponsable, como nunca antes se había visto. Así que Chenney aprovechó tan favorable circunstancia para cambiar las leyes y convertirse en el artífice de la Gran Mentira: invadir Irak por la supuesta fabricación de armas de destrucción masiva para repartir, después, los pozos petroleros entre sus poderosos amigos multimillonarios.
McKay mezcla con habilidad material documental para conferir a su película una explosiva fuerza narrativo, dotándola, además, de un ritmo endiablado que requiere de los cinco sentidos del espectador si éste pretende asimilar toda la información condensada.
La actuación de Chistian Bale como Dick Chenney, ayudado por una magnífica caracterización, es sencillamente asombrosa. Lo mismo ocurre con Amy Adams como su esposa Lynne y Steve Carrell y Sam Rockwell como Donald Rumsfeld y Bush respectivamente, al extremo de no distinguir, en algunos momentos, al personaje real de su doble.
Y aunque uno, a estas alturas, conozca los manejoos y trapicheos que se ocultan en los tenebrosos y mal ventilados vertederos del poder, siente escalofríos cada vez que los hechos se muestran en toda su descarnada realidad.
Y tal vez de aquellos barros, hoy el pueblo estadounidense se revuelca -y como extensión el mundo entero- en el repugnante lodazal en el que nos ha metido la versión más refinada de este especímen porcino que ha resultado ser el Presidente Donald Trump.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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