Media votos
7,6
Votos
3.914
Críticas
185
Listas
20
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Jordirozsa:
8
7,3
50.840
Ciencia ficción. Terror. Fantástico
En una estación experimental remota de la Antártida, un equipo de científicos de investigación estadounidenses ven cómo en su campamento base un helicóptero noruego dispara contra un perro de trineo. Cuando acogen al perro, éste ataca brutalmente tanto a los seres humanos como a los caninos del campamento, y descubren que la bestia, de origen desconocido, puede asumir la forma de sus víctimas... (FILMAFFINITY)
22 de agosto de 2021
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gusta el uso de las etiquetas, tanto por lo que respecta a clasificar las películas por “supuestos” géneros, como tampoco para reducir un filme al trabajo de una sola personalidad, y ya sabemos que académica y popularmente, demasiado, cuando se habla de autoría, se suele minimizar ésta a lo que hace el director.
En este sentido, tanto en el caso de la cinta que nos ocupa (“The Thing, 1982), como en cualquier otro producto del celuloide, me da siempre un cierto repelusín, que éste sirva las más veces al encumbramiento o rajada despiadada del que está detrás de claqueta y cámara.
Por eso, “endiosar” o condenar al pillo de John Carpenter por esta realización, es hacer una caricatura de “La Cosa”, en vez de una crítica o análisis de la misma. Cierto es que el susodicho tiene arte y parte (más de lo primero que de lo segundo) en el asunto, pero ahí está también el currele de muchos otros a los que cabe tener en cuenta en el resultado final, que por eso salen todos y todas en los títulos de crédito; aunque, por falta de costumbre y/o educación, el personal suele abandonar la sala de cine o, en su caso, el streaming, antes de que termine la relación.
Un trabajo que parece ser que tuvo una larga gestación durante la década de los 70, y que, no sé porqué, me esnifa que (sólo es especulación), Ridley Scott saltó a la delantera con su “Alien” (1979), ambientado en otro contexto, pero con unos paralelismos demasiado claros y omnipresentes, como para pensar que, ya no tanto el que “The Thing” beba de “Alien”, como que, por algún rollo raro de esos que se dan en Hollywood, y que suelen quedarse entre bambolinas, los del “octavo pasajaro” le birlaron la idea a Bill Lancaster y a los productores “La Cosa”. Y aunque “Alien” tuvo a Sigourney Weaver, Ian Holm, Tom Skerrit, una enviadable partitura de Jerry Golsmith, y descaradamente más recursos para crear un horrendo bicho, con menos, Carpenter guía “The Thing” con una envidiable maestría, la misma o tanto mejor que la que exhibió en “Halloween” (1978), que con nada reventó taquillas. Lo cual me dice, vistos otros filmes bajo su dirección, que el tipo funciona sólo cuando a él, y sólo a él, le da la santísima gana, y que le importa menos de un pepino el que otras cintas que ha producido sean poco menos que bodrios para su constelación de fans. Tenemos a un personaje bastante cabroncete que, independientemente de las cartas que tenga, generalmente malas, sabe echar un buen “slam” cuando le apetece, y ese es el caso de “The Thing”. Lástima que no haya sido en muchas más del nada despreciable número que tiene a sus espaldas.
Me descorcho ante las mentes que se esfuerzan en endosar la pegatina de suspense, terror, ciencia ficción… a una cinta, como si de clases de manzanas se tratara. Cada pieza es única en sí misma; en su contexto, y con todos los elementos que la configuran. Y si forzamos las cosas, dados los gustos y antecedentes de Carpenter, así como la caracterización de los personajes y el ambiente en el que están, hasta “trazas” de Western encontramos en la película. Las bases norteamericana y noruega podrían ser perfectamente pueblos del “lejano oeste”, rodeados de un inhóspito y desértico páramo (en vez de arena y cactus, hielo y más hielo), y en el caso de los desventurados escandinavos, un pueblo saqueado por indios o bandoleros.
Ese paralelismo, más o menos implícito en el encuadre y el decorado que soberbiamente construye la fotografía de Dean Cundey, en el que la soledad de los residentes de la estación se acrecenta paradójicamente con el contraste de un vasto exterior, pero del que no hay escapatoria, se ve explicitado en la caracterización de unos personajes rudos, barbudos, jugadores de cartas y bebedores de “güisqui” para matar el tiempo, en lo que sería un fuerte desorganizado y decadente en términos de disciplina, y por ende vulnerable a cualquier ataque. De insolencia inusitada ya es la presencia del “cowboy” de turno (Kurt Russell), que será quién liderará el hacer de todos en la afanosa (e infructuosa en varios casos), labor de intentar salvar el pellejo.
Y ¿por qué no plantearse el hilo de la trama, sobretodo en su desarrollo de la mitad hasta el final, más o menos, como un duelo entre el rudo “pistolero” (Russell), y el malvado villano (“la cosa”)?… sólo que esta vez, en vez de revólveres, se usa el lanzallamas.
Aquí no son los apaches los que asaltan el enclave, sinó algo menos “neutralizable” o “destructible”. Lo que le da esta característica es que, como en toda historia de “buen" terror, el enemigo es invisible, inidentificable, incontrolable… y muy listo. Y, para más “inri”, en el momento en el que se manifiesta, no lo hace tal cual es, pues es algo informe, y manteniendo el anonimato de su apariencia física, provoca mayor pánico. Y el hecho de que los protas sean todos masculinos, con los supuestos atributos del género, el que unos hombretones de tal talla se cisquen en los pantalones lo hace más terrorífico.
Este terror infundido a través de la maldad “no manifiesta”, o manifiesta en forma de retazos gore, oníricos, o a base de pingües dosis de maquillaje, es lo que también vemos en obras maestras de terror como “El Exorcista” (1973), de William Friedkin, o, simplemente, con una máscara de látex (Halloween, 1978; del propio Carpenter). El realizador no abusa para nada de los viscosos y asquerosos planos de cabezas con patas de araña y abdómenes amputabrazos.
Otro ingrediente de la película para su exquisita receta, es el suspense, intriga y/o misterio, introducidos con la vivencia paranoica del: “¿quién es el asesino?” en ese grupo que precisamente necesita unión, camaradería y confianza para sobrevivir, y destruir o aislar al “desconocido” enemigo. Y sigue siendo desconocido porque, a pesar de que descubren “científicamente” como opera el ente alienígena, sigue escapándoseles del control, de lo que el “bicho” es capaz, y cómo actuar en consecuencia para evitar lo peor
En este sentido, tanto en el caso de la cinta que nos ocupa (“The Thing, 1982), como en cualquier otro producto del celuloide, me da siempre un cierto repelusín, que éste sirva las más veces al encumbramiento o rajada despiadada del que está detrás de claqueta y cámara.
Por eso, “endiosar” o condenar al pillo de John Carpenter por esta realización, es hacer una caricatura de “La Cosa”, en vez de una crítica o análisis de la misma. Cierto es que el susodicho tiene arte y parte (más de lo primero que de lo segundo) en el asunto, pero ahí está también el currele de muchos otros a los que cabe tener en cuenta en el resultado final, que por eso salen todos y todas en los títulos de crédito; aunque, por falta de costumbre y/o educación, el personal suele abandonar la sala de cine o, en su caso, el streaming, antes de que termine la relación.
Un trabajo que parece ser que tuvo una larga gestación durante la década de los 70, y que, no sé porqué, me esnifa que (sólo es especulación), Ridley Scott saltó a la delantera con su “Alien” (1979), ambientado en otro contexto, pero con unos paralelismos demasiado claros y omnipresentes, como para pensar que, ya no tanto el que “The Thing” beba de “Alien”, como que, por algún rollo raro de esos que se dan en Hollywood, y que suelen quedarse entre bambolinas, los del “octavo pasajaro” le birlaron la idea a Bill Lancaster y a los productores “La Cosa”. Y aunque “Alien” tuvo a Sigourney Weaver, Ian Holm, Tom Skerrit, una enviadable partitura de Jerry Golsmith, y descaradamente más recursos para crear un horrendo bicho, con menos, Carpenter guía “The Thing” con una envidiable maestría, la misma o tanto mejor que la que exhibió en “Halloween” (1978), que con nada reventó taquillas. Lo cual me dice, vistos otros filmes bajo su dirección, que el tipo funciona sólo cuando a él, y sólo a él, le da la santísima gana, y que le importa menos de un pepino el que otras cintas que ha producido sean poco menos que bodrios para su constelación de fans. Tenemos a un personaje bastante cabroncete que, independientemente de las cartas que tenga, generalmente malas, sabe echar un buen “slam” cuando le apetece, y ese es el caso de “The Thing”. Lástima que no haya sido en muchas más del nada despreciable número que tiene a sus espaldas.
Me descorcho ante las mentes que se esfuerzan en endosar la pegatina de suspense, terror, ciencia ficción… a una cinta, como si de clases de manzanas se tratara. Cada pieza es única en sí misma; en su contexto, y con todos los elementos que la configuran. Y si forzamos las cosas, dados los gustos y antecedentes de Carpenter, así como la caracterización de los personajes y el ambiente en el que están, hasta “trazas” de Western encontramos en la película. Las bases norteamericana y noruega podrían ser perfectamente pueblos del “lejano oeste”, rodeados de un inhóspito y desértico páramo (en vez de arena y cactus, hielo y más hielo), y en el caso de los desventurados escandinavos, un pueblo saqueado por indios o bandoleros.
Ese paralelismo, más o menos implícito en el encuadre y el decorado que soberbiamente construye la fotografía de Dean Cundey, en el que la soledad de los residentes de la estación se acrecenta paradójicamente con el contraste de un vasto exterior, pero del que no hay escapatoria, se ve explicitado en la caracterización de unos personajes rudos, barbudos, jugadores de cartas y bebedores de “güisqui” para matar el tiempo, en lo que sería un fuerte desorganizado y decadente en términos de disciplina, y por ende vulnerable a cualquier ataque. De insolencia inusitada ya es la presencia del “cowboy” de turno (Kurt Russell), que será quién liderará el hacer de todos en la afanosa (e infructuosa en varios casos), labor de intentar salvar el pellejo.
Y ¿por qué no plantearse el hilo de la trama, sobretodo en su desarrollo de la mitad hasta el final, más o menos, como un duelo entre el rudo “pistolero” (Russell), y el malvado villano (“la cosa”)?… sólo que esta vez, en vez de revólveres, se usa el lanzallamas.
Aquí no son los apaches los que asaltan el enclave, sinó algo menos “neutralizable” o “destructible”. Lo que le da esta característica es que, como en toda historia de “buen" terror, el enemigo es invisible, inidentificable, incontrolable… y muy listo. Y, para más “inri”, en el momento en el que se manifiesta, no lo hace tal cual es, pues es algo informe, y manteniendo el anonimato de su apariencia física, provoca mayor pánico. Y el hecho de que los protas sean todos masculinos, con los supuestos atributos del género, el que unos hombretones de tal talla se cisquen en los pantalones lo hace más terrorífico.
Este terror infundido a través de la maldad “no manifiesta”, o manifiesta en forma de retazos gore, oníricos, o a base de pingües dosis de maquillaje, es lo que también vemos en obras maestras de terror como “El Exorcista” (1973), de William Friedkin, o, simplemente, con una máscara de látex (Halloween, 1978; del propio Carpenter). El realizador no abusa para nada de los viscosos y asquerosos planos de cabezas con patas de araña y abdómenes amputabrazos.
Otro ingrediente de la película para su exquisita receta, es el suspense, intriga y/o misterio, introducidos con la vivencia paranoica del: “¿quién es el asesino?” en ese grupo que precisamente necesita unión, camaradería y confianza para sobrevivir, y destruir o aislar al “desconocido” enemigo. Y sigue siendo desconocido porque, a pesar de que descubren “científicamente” como opera el ente alienígena, sigue escapándoseles del control, de lo que el “bicho” es capaz, y cómo actuar en consecuencia para evitar lo peor
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
(en estos tiempos de “plandemia”, ¿no les suena esto?, la paranoica pregunta de todos nosotros: ¿quién es el infectado?... presuponiendo que alguien o algunos lo están, con la consecuente desconfianza respecto a los que se tiene al lado; potenciada por la cultura y la educación en el individualismo que ya hace décadas se practica en nuestra sociedad).
Ese aura de misterio, que contribuye sin lugar a dudas a mantenernos en ascuas, me recuerda películas como “Estación Polar Cebra” (1968), de John Sturges, con los grandes Rock Hudson y Ernest Borgnine, o la también del estilo, protagonizada por Donald Shutherland, “Operación Isla del Oso” (1979), de Don Sharp.
Esa infusión de pánico y paranoia llega a su punto culminante con la fantástica escena del “test de la sangre”, que se realiza para descubrir quién está infectado. Una escena de gran valor “profético”, casi al extremo de la caricatura, que vemos cumplido en nuestros tiempos, en que las PCR están al orden del día para “descubrir” a los “sospechosos” de estar contagiados. ¡Cómo debe haber disfrutado el cineasta con esta corroboración del paso de los años !!
Siguiendo con la alusión al western, y lo aficionado que a él está Carpenter, ¿será casualidad (especulo de nuevo), que el escogido para la BSO fuera el maestro Ennio Morricone?
Bien sabido es que, igual que Alejandro Amenábar, John Carpenter ha escrito la paritura para piezas que él mismo ha realizado. Sin ir más lejos, y que ha quedado indeleble en nuestro imaginario, es la composición para Halloween. Con un simple acorde tritonal, y el despliegue minimalista del mismo a dos voces, consiguió uno de las más estremecedores y conocidos motivos de la historia del terror.
Carpenter es un director que no sólo tiene una base de cultura musical, sinó que también tiene claro qué es lo que quiere en la sucesión de secuencias del film. Morricone escribe bajo el dictado de lo que Carpenter tiene pensado (por un lado, es muy importante que ambas instancias se entiendan, para que la música haga su función en el todo de la película: realzar el dramatismo, actuar como los signos prosódicos, y dar el correspondiente relieve a las expresiones de la psicología de los personajes). Pero si Carpenter hubiera sido capaz de hacerlo él mismo, ¿es acaso la presencia de Morricone necesaria? ¿era tan sólo un reclamo publicitario, para así poderse igualar ante el público y la crítica, al trabajo que hicieran Jerry Goldsmith con “Alien”, o John Williams con “ET”?
En el caso de una comparativa, Morricone no cumple con el cometido antes mencionado, y sólo le veo la capacidad puntual de ornamentar unos huecos, en el ámbito del sonido, que los coros desgarradores y desfigurados de la voz del “bicho” no rellenan por si mismos. Aquí habría hecho falta un trabajo orquestal concienzudo para hacer de “The Thing”, algo todavía más terrorífico. Por las obras que conozco del italiano, no considero que éste estuviera especializado, en las historias de terror. Aunque sí luego demostró tener talento en la ciencia ficción con “Mision To Mars” (1999), de Brian de Palma.
“The Thing” es una película cuidadosamente concebida, organizada y estructurada, dotada de un ritmo trepidante desde su inicio hasta su fin, y en el que el elenco de artistas, sin ser de lo más glamuroso, pues la mayoría de ellos son secundarios históricos, a parte del ya legendario Kurt Russell, no desentonan en ningún momento.
El final es un elegante golpe de capote (para nada, a mi modo de ver, abierto), que deja a la imaginación del espectador, acometer la estocada mortal del macabro espectáculo, dentro del juego de innumerables elipses narrativas, estratégicamente distribuidas a lo largo del montaje. Carpenter sabe perfectamente que el mejor método para catalizar el crescendo del pánico, es que las “pequeñas células grises” (esto es de Poirot) del espectador sean capaces de fabular, extrapolando más allá de lo explícito.
Ese aura de misterio, que contribuye sin lugar a dudas a mantenernos en ascuas, me recuerda películas como “Estación Polar Cebra” (1968), de John Sturges, con los grandes Rock Hudson y Ernest Borgnine, o la también del estilo, protagonizada por Donald Shutherland, “Operación Isla del Oso” (1979), de Don Sharp.
Esa infusión de pánico y paranoia llega a su punto culminante con la fantástica escena del “test de la sangre”, que se realiza para descubrir quién está infectado. Una escena de gran valor “profético”, casi al extremo de la caricatura, que vemos cumplido en nuestros tiempos, en que las PCR están al orden del día para “descubrir” a los “sospechosos” de estar contagiados. ¡Cómo debe haber disfrutado el cineasta con esta corroboración del paso de los años !!
Siguiendo con la alusión al western, y lo aficionado que a él está Carpenter, ¿será casualidad (especulo de nuevo), que el escogido para la BSO fuera el maestro Ennio Morricone?
Bien sabido es que, igual que Alejandro Amenábar, John Carpenter ha escrito la paritura para piezas que él mismo ha realizado. Sin ir más lejos, y que ha quedado indeleble en nuestro imaginario, es la composición para Halloween. Con un simple acorde tritonal, y el despliegue minimalista del mismo a dos voces, consiguió uno de las más estremecedores y conocidos motivos de la historia del terror.
Carpenter es un director que no sólo tiene una base de cultura musical, sinó que también tiene claro qué es lo que quiere en la sucesión de secuencias del film. Morricone escribe bajo el dictado de lo que Carpenter tiene pensado (por un lado, es muy importante que ambas instancias se entiendan, para que la música haga su función en el todo de la película: realzar el dramatismo, actuar como los signos prosódicos, y dar el correspondiente relieve a las expresiones de la psicología de los personajes). Pero si Carpenter hubiera sido capaz de hacerlo él mismo, ¿es acaso la presencia de Morricone necesaria? ¿era tan sólo un reclamo publicitario, para así poderse igualar ante el público y la crítica, al trabajo que hicieran Jerry Goldsmith con “Alien”, o John Williams con “ET”?
En el caso de una comparativa, Morricone no cumple con el cometido antes mencionado, y sólo le veo la capacidad puntual de ornamentar unos huecos, en el ámbito del sonido, que los coros desgarradores y desfigurados de la voz del “bicho” no rellenan por si mismos. Aquí habría hecho falta un trabajo orquestal concienzudo para hacer de “The Thing”, algo todavía más terrorífico. Por las obras que conozco del italiano, no considero que éste estuviera especializado, en las historias de terror. Aunque sí luego demostró tener talento en la ciencia ficción con “Mision To Mars” (1999), de Brian de Palma.
“The Thing” es una película cuidadosamente concebida, organizada y estructurada, dotada de un ritmo trepidante desde su inicio hasta su fin, y en el que el elenco de artistas, sin ser de lo más glamuroso, pues la mayoría de ellos son secundarios históricos, a parte del ya legendario Kurt Russell, no desentonan en ningún momento.
El final es un elegante golpe de capote (para nada, a mi modo de ver, abierto), que deja a la imaginación del espectador, acometer la estocada mortal del macabro espectáculo, dentro del juego de innumerables elipses narrativas, estratégicamente distribuidas a lo largo del montaje. Carpenter sabe perfectamente que el mejor método para catalizar el crescendo del pánico, es que las “pequeñas células grises” (esto es de Poirot) del espectador sean capaces de fabular, extrapolando más allá de lo explícito.