La película Intocable parte de dos trampas: la primera es el cartel "basado en hechos reales". La segunda es que esto no es cierto, ya que en el "hecho real" el protagonista es argelino, no senegalés, con lo cual el mensaje de tolerancia y fraternidad que nos pretenden entregar empaquetado con lacito rosa los directores y guionistas queda seriamente tocado.
El empacho de facilonas, melosas y planas lecciones de tolerancia en forma de película que nos vienen del país vecino es, últimamente, un poco cansino: Pequeñas Mentiras sin Importancia, Bienvenidos al Norte...guiones que parecen hechos para una clase de ÉTICA de 1º de la ESO más que para un público adulto.
Recurrente y también demasiado vista la figura del BUEN SALVAJE como contrapunto al mundo políticamente correcto, con gracietas que valen para unos segundos pero que no sostienen una película.
El enfoque me parece, además de blanducho como el COULANT, un pelín racista, tengo que dar la razón a la Vanity Fair, y eso sin entrar a comentar detalles como el ya mencionado de la renuncia a la REALIDAD del origen del personaje: magrebí y no negro. Seguramente, esta última tipología queda más graciosa y levanta menos ampollas en esa Francia que se empeña en venderse a sí misma como un ejemplo de fraternité que no es en absoluto.
Dejando a un lado los kilos de almíbar que hacen la película poco real (a pesar de apelar a la realidad como punto de partida -y de llegada, con ese final aún más ñoño-) también los personajes nadan en la planitud, la indefinición y la falta de fuerza: todos se definen muy superficialmente, y hay relaciones entre ellos que podrían haber dado muchísimo más de sí (Driss y su madre, por ejemplo).
Sólo salva la película la química entre los dos protagonistas, y una buena actuación de ambos que al menos, alegra con algunos gags (otros son penosamente simples) ciertos momentos del escesivo metraje.
Me cuesta creer que haya batido records de espectadores, pero imagino que muchos sienten esa necesidad de sentirse personas mejores reflejándose en un espejo que no muestra la realidad que tenemos, sino la que queremos ver.

Es probable que muchos espectadores se sientan víctimas de un engaño al ver esta película. Sin embargo, yo veo en ella justo lo contrario: un acto de desenmascaramiento del carácter de ficción, de engaño consentido por el espectador, que es el cine, la narración en general.
Lynch crea una trama llena de suspense y de personajes aparentemente bien construídos y luego él mismo la derrumba, nos hace conscientes de la manipulación de la que somos objeto cuando vemos una película...algo que a veces se nos olvida.
Aún siendo advertidos del engaño una y otra vez, insistimos en buscar el hilo narrativo, la verosimilitud. No la hay, o igual sí, pero eso es lo de menos. Lynch nos dice que todo esto es tan de mentira como la canción de la Llorona de L.A. que emociona a las ingenuas protagonistas. Y el telón nos dice bien claro que hemos asistido a una farsa. Tan buena que nos cuesta creer que sólo es eso y nada más (ni menos) que eso.

Resulta muy difícil de entender que esta película tuviera en su día malas críticas.
Quizás también porque hoy se hacen pocas, muy pocas películas así, historias en las que se entrecruzan los desinos de personajes no sujetos a cánones ni a clichés predecibles, sino personajes que parecen en verdad personas, trazados no con vistas a lo políticamente correcto ni al visto bueno institucional, sino a las miserias y grandezas que habitan el alma de cualquier ser humano.
Personajes que intentan resolver conflictos que nacen de sus propias imperfecciones y contradicciones, no de un concepto externo del "mal" o del "malo" que ha invadido mayoritariamente el simplón cine de hoy, y que hace ver esta película como una joya, que brillas con más fuerza que nunca, 40 años después de su producción.
Pocos personajes en el cine tienen la fuerza de Ryan, del marido, de la hija...y sobre todo, y por encima de todos, del cura.
Yo no soy nada nostálgico y no pienso que ningún tiempo pasado fue mejor, pero sí creo que en cine se han perdido ciertas cosas, se ha diluído el respeto a la inteligencia del espectador, y a veces también el interés por contar historias sencillas pero grandes. Como esta.

Una interesantísima historia que indaga sobre nuestros recuerdos, nuestra forma de construirlos y de dar sentido a nuestras vidas a partir de ellos, y sobre hasta qué punto manipulamos nuestra propia memoria y nuestro propio conocimiento.
El argumento, y sobre todo, la manera de contarlo y de situar la narración ante el espectador es sumamente original, hasta el punto de descolocar un poco al principio: un hombre ha perdido la posibilidad de generar nuevos recuerdos y se tatúa en el cuerpo y en notas escritas lo que cree que debe recordar.
Para mí el logro de la historia consiste en que el espectador sabe siempre tanto como va averiguando el personaje, lo que le hace sentirse fuertemente identificado con él, en cuanto que le acompaña es su progresivo descubrimiento...
Pero la inamovible veracidad de la razón que lo mueve puede no ser tal, y eso nos lleva a dudar finalmente de esa manera de generar razones para vivir y actuar de determinada manera a partir de esos recuerdos sesgados...y no dudar sólo en el caso de Lenny, sino en el nuestro propio.
Una metanarración de rompecabezas, habilmente planteada y contada, con varias capas narrativas, que para mí sigue siendo con diferencia la mejor película de Nolan.
La he visto muchas veces y la veré muchas más.

Una historia (o dos) dentro de otra historia, un tiempo (o tres) dentro de otro tiempo y unos personajes que se buscan a sí mismos en esta divertida aunque trágica (como todo el cine de Allen) máquina del tiempo.
La historia está llena de referencias al arte y a los artistas, a los que caricaturiza y homenajea a la vez, y todo enmarcado en este París multitemporal, que pasado por el objetivo de Allen parece mucho más bonito de lo que es (o de lo que fue).
Aunque las obsesiones de Allen se repiten: el paso del tiempo, las relaciones de pareja, la nostalgia por un pasado mejor y el miedo al futuro, esta película resulta muy original, y sobre todo, muy divertida.
Los guiños a las diferencias culturales entre los norteamericanos y los europeos vuelven también a formar parte del lado cómico de un cine en el que Woody Allen parece haber encontrado un filón en el viejo continente.
Dentro de una narración sencilla, a veces naif, se nos habla de todo esto con más profundidad de la que parece, y de paso Woody Allen retrata en la nostalgia de los personajes su propia nostalgia, sus propios miedos, en los que también nos reconocemos los espectadores.

Una película que hace salir con una sonrisa del cine...y eso ya es mucho.